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Jesús Martínez
En Europa, ha habido precedentes de «catástrofes aluminó-
ticas».
En Inglaterra se hundió un garaje, una biblioteca y una pis-
cina.
En Alemania se cayó un puente.
En Francia, el cemento aluminoso se prohibió en las estruc-
turas de vivienda, en 1943, en plena ocupación nazi.
Titular en los diarios barceloneses, el día siguiente al 11 de
noviembre de 1990: «Se derrumba un edificio en el Turó de la
Peira [Nou Barris]».
—Oye, que se ha caído el bloque de la calle Cadí, cerca de
donde tú vivías.
La noticia se la dieron por teléfono.
Cuando el abogado Pepe Molina (Barcelona, 1949) se plan-
tó allí, exclamó, fuera de sí: «¡Joder, hostia!».
Se fue cargando de ira.
Recordó el título de la celebrada novela de García Márquez:
Crónica de una muerte anunciada.
«Hacía meses que íbamos solicitando reuniones con el con-
cejal del Ajuntament y con el propietario, Román Sanahuja.
Eso no era normal. Me habían ido llegando relatos de vecinos
a los que se les había caído partes de la cornisa, partes del te-
cho, vigas deshechas… Hasta que pasó una desgracia», repa-
sa mentalmente Pepe Molina, hombre curtido en mil luchas
vecinales; de hecho, su edad no se mide por años, sino por
conflictos: la lucha de los alquileres, la lucha estudiantil, la lu-
cha para evitar más riadas… «Así que, ese 11 de noviembre de
1990, se nos cayó el mundo.»
Cuatro décadas antes, los padres de Pepe, murcianos, se ha-
bían instalado en el poblado de barracas de La Perona (La Ver-
neda, Sant Martí).