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Jesús Martínez
técnicas del Ajuntament. Pero yo digo: Habrá una desgracia, y
tendrá que pasar una desgracia para que os deis cuenta de que
esto se puede caer».
En el Besòs Profundo, en Sant Martí, vive Francisco Ro-
mero (Noia, A Coruña, 1957), presidente de la escalera del
número 7 de la calle Messina.
Ríe por no llorar: «Esta escalera es un show: enfrente tengo
ocupas; abajo, ocupas, y en los bajos, ocupas. Hay unos pocos
propietarios, más el banco, claro».
Francisco no le debe nada a nadie, puesto que ya ha pagado
la hipoteca y sus dos hijos, Jonatan y Ana, echaron a volar.
Como mucho, quien le reclama tres veces por día es su perra
Puti, en celo.
Extrañamente parecido a Blas Castellote en la serie Perio-
distas (Álex Angulo), dejada la barba por falta de concreción
en los horarios, con voz carrasposa de entrevías y esa melosa
retranca gallega, Francisco Romero está hasta las narices de los
políticos y sus promesas y sus servicios sociales.
«Aquí han venido unos y otros pero yo qué sé», exterioriza,
con una vesania fría, indiferente, de esas locuras que significan
«no me líes más».
El bloque del número 7 de Messina, en una zona depaupe-
rada del Besòs, tiene seis plantas, tiene dos pisos por planta,
no tiene ascensor y tiene un sótano medio inundado. Sí tiene
terrado. Por supuesto, no tiene párking.
Este bloque está enfermo: la aluminosis, el mal del cemento,
se lo está comiendo por dentro, como una angina de pecho. Los
técnicos de esos políticos han colocado unas vigas exteriores,
como delgados arbotantes catedralicios, como estacas gigantes
de una empalizada, y de esa manera creen que las plantas resis-
tirán. Francisco entiende el lenguaje de la construcción, ramo
en el que trabajó durante décadas, aunque ahora se encuen-