Pero, hoy en día, cuando las mujeres participan en el mercado laboral, es demasiado habitual que ocupen puestos mal pagados, poco reconocidos y con poca seguridad, muchos de ellos en el sector informal de las economías de países en desarrollo. Bajo esta premisa, no es sorprendente que las mujeres y las niñas sean las principales víctimas de la pobreza extrema; de hecho, representan el 70 por ciento de los 1.000 millones de personas que luchan por sobrevivir con menos de un dólar al día. A nivel mundial, las mujeres ganan únicamente tres cuartas partes de lo que ganan los hombres, incluso con el mismo nivel de educación y el mismo cargo. Coincidiremos pues en que una de nuestras normas básicas debería ser “igual salario por trabajo de igual valor”.
Un reciente estudio del FMI demuestra que eliminar las brechas de género en la participación económica puede implicar aumentos en los ingresos per cápita. Lo anterior puede tener una consecuencia muy importante: dado que las mujeres controlan el presupuesto familiar en la mayoría de los hogares del mundo, un mayor gasto por parte de las mujeres representa niveles más altos de demanda y crecimiento económico.
¿Cómo podemos promover las oportunidades para las mujeres en el lugar de trabajo? En ocasiones se trata de cambiar la legislación; por ejemplo, asegurar que las leyes de propiedad y herencia no sean discriminatorias para las mujeres. Por otra parte, supone formular políticas que promuevan la educación y la atención sanitaria, y ofrezcan un mayor acceso al crédito para que las mujeres alcancen una mayor independencia económica. Este es un ámbito que el FMI se esfuerza por respaldar mediante iniciativas analíticas y de fomento de las capacidades en nuestros países miembros.
También los países más ricos deben contar con las mismas reglas de juego para todo el mundo. Deben apostar más por los programas de licencias a favor de las mujeres y las familias; una atención infantil asequible y de calidad; tributación individual (frente a familiar); y créditos o ventajas fiscales para las trabajadoras y los trabajadores con salarios bajos.
Por todo esto, la educación y el trabajo son fundamentales. La tercera clave es el liderazgo: permitir que las mujeres mejoren su posición y se realicen según sus habilidades y talento innatos. En este sentido hay mucho margen para la mejora; por ejemplo, las mujeres representan únicamente el 4 por ciento de los Directores Ejecutivos de las empresas del índice Standard and Poor’s 500, y sólo ocupan una quinta parte de los escaños parlamentarios en todo el mundo.
Toda una ironía, puesto que cuando las mujeres gobiernan suelen hacerlo igual de bien, sino es que mejor. Un estudio refleja que las empresas de la lista Fortune 500 con un historial de promoción de mujeres hacia puestos de alta dirección son mucho más rentables que las empresas promedio de su mismo campo. Además, es más probable que las mujeres se alejen de conductas imprudentes y arriesgadas como las que han provocado la crisis financiera mundial de 2008. Normalmente se inclinan por decisiones basadas en el consenso, la inclusión, la compasión y centran su atención en la sostenibilidad a largo plazo.
Es cierto —y comprensible, dado el sesgo existente— que a veces las mujeres no tienen la confianza necesaria para equiparar su competencia. Es preciso que cambiemos de mentalidad y volvamos a escribir la historia, esta vez a favor de las mujeres. Es fundamental que las mujeres estemos preparadas para “atrevernos a aprovechar la diferencia”, asumir riesgos y alejarnos de lo conocido.
No obstante, incluso aquellas que consiguen tener éxito siguen enfrentándose a dificultades. Por eso he llegado a la conclusión de que los objetivos y las cuotas de género son importantes para asegurar que las mujeres ocupemos un lugar en las mesas de negociación. Sólo tenemos dos alternativas: forzar al cambio o conformarnos con la autocomplacencia.
Independientemente de si hablamos de garantizar la educación primaria a las niñas de una aldea, o de puestos ejecutivos para las mujeres en las empresas, ha llegado el momento de crear un mundo en el que todas las mujeres puedan realizarse plenamente sin obstáculos ni prejuicios, y el mundo entero saldrá beneficiado. Estas son las tres claves que nos ayudarán a conseguir este objetivo.
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