El molinero estaba muy asustado, pero sabía que tenía que decir la verdad.
—Fue mi hija Raquel, Majestad —dijo entonces.
—Hum, parece ser una muchacha inteligente —señaló entonces el soberano—. Me gustaría conocerla. Dile que venga a
palacio, pero comunícale que cuando llegue no debe venir ni vestida ni desvestida; tampoco debe venir montando ni a caballo, ni a pie, y trayendo un regalo que no es un regalo. Esto lo debe hacer en tres días, de lo contrario tú serás expulsado del reino. El molinero emprendió el camino a casa muy lentamente.
Cuando llegó a su casa, Raquel lo recibió y al escuchar lo dicho por el rey, consoló al padre diciendo:
—Padre, eso es muy fácil de solucionar. Solo dame un poco de dinero y déjame ir a comprar.
Luego, la muchacha se dirigió al mercado, donde adquirió tres cosas: una red de
pescar, una cabra y un par de palomas.
Al tercer día Raquel se preparó para ir a ver al rey.
Primero, la muchacha se sacó la ropa y se envolvió en la red de pescar, de manera que no estaba ni vestida ni desvestida. Luego se sentó sobre la cabra, pero dejó que sus pies rozaran el suelo