MP 82 MALAS PALABRAS NRO 82 | Page 34

Por José María Barbano «Vine, vi, vencí». Pode- rosa debió de ser la mirada de Julio César para decidir la victoria con solo pasear la vista sobre el campo de batalla. Aunque probable- mente los enemigos se dis- persaron un poco antes de mirarle la cara. Les bastó con distinguir desde lejos la llegada de las imponentes legiones romanas que arra- saron las Galias. Pero esa profunda mira- da, reflejada hasta en sus estatuas ciegas, no le alcan- zó para distinguir la traición de su propio entorno. Para los niños de México Tropecé en las redes con una fábula que conocí en el tiempo en que leía papel: dicen que los dioses prime- ros eran muy divertidos, y crearon cosas sin preocu- parse de los detalles. Die- ron ojos a los hombres, pero no les dijeron para qué. Su- cedió que mientras estaban reunidos, llegaron los hom- bres primeros tropezando con todo, atropellándolos e interrumpiendo su fiesta. Entonces los dioses prime- ros tuvieron que explicarles para qué son los ojos: «Y todas las miradas aprendie- ron los primeros hombres y mujeres. Y la más importan- Basta la irada m te que aprendieron es la mirada que se mira a sí mis- ma y se sabe y se conoce, la mirada que se mira a sí misma mirando y mirándo- se, que mira caminos y mira mañanas que no se han nacido todavía, caminos aún por andarse y madru- gadas por parirse». El apólogo, que vale la pena leerlo, lo trae un hom- bre de pluma y fusil, el Subcomandante Marcos. Miradas para la roja «Vino a insultarme. ¡Lo leí en la mirada!». El árbitro alemán leyó agravios en los ojos del capitán argentino, (1966), que sólo pedía un intérprete para saber qué había cobrado. Y Rattín tuvo que irse a patear el bande- rín del córner. En el código de comuni- caciones, la mirada encie- rra un mensaje. Es tan fuer- te, y más todavía, como las palabras o los gestos. Para no entender las miradas, nada mejor que descalificar al protagonista: es una loca; está enferma; histérica; no sabe lo que dice; mirá con qué nos sale este; andá a saber quién lo manda. Etc… etc… Las acusaciones están destinadas a quitar autori- dad, moral o psíquica, del otro cuando el mensaje de sus gestos, palabras o mi- radas causa algún malestar. Justamente la condición de «enferma» la utilizaron los poderosos para des- echar el discurso de la ado- lescente sueca Greta Thunberg, líder de los mo- vimientos estudiantiles que alertan sobre la catástrofe climática. Una cumbre para seguir cayendo Fue el 23 de setiembre último durante la Cumbre de Acción Climática de las Naciones Unidas. El presi- dente D. Trump había justi- ficado su ausencia por mo- tivos internos. Curiosamen- te debía preocuparse por unas inundaciones, de esas que no se sabe bien porqué aparecen. No obstante, jefe del país anfitrión, quiso dar- se una vueltita. Cruzó el lobby para di- rigirse a la sala de la Asam- blea. Los custodios despla- zaron a la gente que aguar- daba su turno. Entró él, la mirada en alto, hacia la de- recha, sin reparar en nadie. 34 Detrás, contra la pared, quedaba Greta Thunberg. Dos miradas La foto apuntaba al jefe de estado. Pero la atención se desplaza a la adolescen- te arrinconada. Estaba mi- rando al hombre que igno- ra sus compromisos contraí- dos en el Acuerdo de París sobre el cuidado del am- biente y cambio climático. La joven de 16 años tuvo su tiempo de discurso ante la Asamblea de hombres importantes. La mirada de la foto dice mucho más. En esos ojos (¿enfermos?) explota la in- dignación de una genera- ción de jóvenes que no ne- cesitan decir palabras. Sa- ben qué hacer. Saben que están muy solos. ¿Y el síndrome de Asperger? Como podría decirnos Diógenes: Si no encuentras un cuerdo y sano que te diga lo que hay que hacer, busca entre los locos y en- fermos, que tal vez te lo puedan indicar.