MP 79 MALAS PALABRAS NRO 79 | Page 20

ción del Che. En un texto de puño y letra de Gallego Soto, conservado por López y difundido por García Lupo, se lee que «para mi sorpresa, vi apare- cer a un sacerdote capuchino que ha- bía estado presenciando la escena anterior y que, al alzar la pantalla de luz, mostró ser el mismísimo Che». García Lupo también cita las memo- rias de Jorge Serguera, el Comandante Papito, quien afirma que «el Che me ordenó pasar por Madrid y entrevistarme con Juan Domingo Perón». Según Serguera, Guevara le dijo: «Dile que nosotros estamos dis- puestos a ayudarle». Embajador de Cuba en Argelia, Papito pasó por Ma- drid y se vio con el General. Anotó el cubano que «aunque no se lo pregun- té, estaba seguro de que el Che nun- ca había hablado personalmente con Perón y, sin embargo, la circunstancia subrayaba un conocimiento». En su encuentro, Serguera le ofreció insta- larse en Argel como paso previo a mudarse a La Habana. Al parecer, cir- cularon maletines con dinero para afianzar la «organización política in- terna» de Perón. Serguera era un hom- bre de máxima confianza del Che. «Los fondos para la liberación», dinero cuyo intermediario debió haber sido Galle- go Soto, siguieron girando mientras vivió Guevara. Para Papito, «el único que puede saber esto es Fidel». Gallego Soto pudo haber sido el agente de Perón, el hombre que ma- nejara esos dineros en tránsito de Cuba a Madrid, pero en el escrito le- gado a López, afirma que no aceptó involucrarse en aquella noche madri- leña donde coincidió con el General y el guerrillero. A Gallego Soto lo secuestraron los militares argentinos en 1977 por sus vínculos con el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). No volvió a apare- cer. Enrique Pavón P ereyra, el historia- dor peronista, referiría en sus últimos años que estaba en la quinta madrile- ña con el General cuando llegó Guevara de incógnito en 1966, dos años después de aquella cita noctur- na disfrazado de monje, para decirle que no había marcha atrás con la incur- sión en Bolivia, que ya es- taba decidida. Pavón ase - gura que Perón trató de disuadirlo, que él conocía el terreno de sus tiempos jóvenes y que no era re - comendable internarse allí. «No se suicide», ha- bría sido su consejo. El mejor de todos El 24 de octubre de 1967, dos semanas después de la muerte del Che en Bolivia, Perón dirigió una car- ta a la militancia de su movimiento. «Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás el mejor: un 20 Rogelio García Lupo ejemplo de conducta, desprendimien- to, espíritu de sacrificio, renunciamien- to. La profunda convicción en la justi- cia de la causa que abrazó, le dio la fuerza, el valor, el coraje que hoy lo eleva a la categoría de héroe y már- tir», escribió el General. Pronto diría a Rodolfo Terragno que «yo pude haber sido el primer Fidel Castro de América, con sólo pedir la ayuda de Rusia. ¿O usted cree que no me la habría dado? Y Es- tados Unidos no iba a ir a una gue- rra por Argentina, como no fue por Cuba. Pero entonces hubiera ha- bido una guerra civil y habría muerto un millón de argentinos». Así justificaba su salida del poder en el 55, pero quedó para la Historia que pudo haber sido un precursor de Cas- tro. Hacerle guiños a la izquierda ya no era tan mal visto, por necesidades políticas (aun campeaba el vadorismo), y pronto el Cordobazo le permitiría eri- girse como un líder aclamado por jó- venes embelesados con la Revolución Cubana. Se haya encontrado o no con el Che, queda claro que ese «era uno de los nuestros, quizás el mejor» consti- tuía la primera de múltiples apropia- ciones del mito recién nacido. Para el General, como en una canción en boga de Bob Dylan, los tiempos esta- ban cambiando.