Perón y Cooke
Vale la pena recordar el contexto
en que según el gran periodista se
dio el cara a cara entre dos mitos ar-
gentinos del siglo XX. Para ese mo -
mento, el General ya estaba instala-
do en Madrid y la construcción de la
quinta 17 de Octubre no hacía pre-
sagiar mayores movidas políticas. Sin
embargo, Perón recibió ese año con
la promesa de que volvería a la Ar-
gentina, cosa que intentó en diciem-
bre. El «Operativo Retorno» se frus-
tró en Río de Janeiro, cuando la dic-
tadura brasileña no le permitió seguir
viaje por pedido de Arturo Illia. O sea
que cuando Guevara lo visitó ya ve-
nía maquinando su vuelta.
La Cuba castrista era por enton-
ces el mayor dolor de cabeza de los
Estados Unidos en ese momento de
la Guerra Fría. La instalación de
misiles soviéticos en la isla casi detona
la Tercera Guerra Mundial con la
Unión Soviética. Un año antes, la
operación de la CIA para desbancar
a Fidel Castro había fracasado en
Bahía de los Cochinos. Guevara era
el símbolo de esa revolución, aunque
ya comenzaban sus cortocircuitos con
el ala más pro-soviética del gobierno
cubano, encarnada por Raúl Castro,
y arrastraba tras de sí el fracaso de la
guerrilla impulsada por Jorge Masetti
en Salta, que había sido aniquilada
con poco en el norte argentino al
despuntar el 64.
En medio de ambos extremos, la
Cuba revolucionaria y el General exi-
liado, había un punto en común: John
William Cooke. El primer delegado de
Perón, que en sus funciones ya había
caído en desgracia, impulsaba una
alianza con La Habana. Incluso insis-
tía en que Perón debía instalarse en
la isla. El Bebe Cooke había genera-
do buenos vínculos con la isla: un
negocio de importación de habanos
servía para sostener a Perón y su
movimiento.
Guevara y Cooke
En rigor, el General no podía co-
quetear abiertamente con los cuba-
nos. Hacerlo lo arrojaba definitiva-
mente a los brazos de la izquierda y
lo convertía en un líder proletario..
Demasiados dolores de cabeza ha-
El Che junto a
John William Cooke
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bía tenido durante su exilio latinoameri-
cano hasta que se instaló en la España
franquista, que a los ojos del mundo era
menos chocante que el experimento so-
cialista a 90 millas de Florida. Además, el
peronismo proscripto estaba encarnado
por dirigentes sindicales que veían con
malos ojos a la izquierda. No podía ene-
mistarse con ellos, en el delicado equili-
brio que proponía el vandorismo.
Entonces entró en escena Julio Galle-
go Soto, según el relato de García Lupo.
Se trataba de un español afincado de pe-
queño en la Argentina, que se integró al
círculo íntimo de Perón en su primera pre-
sidencia. Aparece en algunas fotos con
Perón en Madrid y se lo ve también en
Chile, detrás del General, mientras éste
departía con su par Carlos Ibáñez del
Campo. Perón lo utilizaba como agente
para misiones espe-
ciales.
Al despuntar los
60, Gallego Soto ope-
raba en Montevideo,
y allí se habrían dado
sus nexos con la inte-
ligencia
cubana.
Philip Agee, agente
de la CIA apostado en
ese entonces en la ca-
pital uruguaya, deser-
tó del espionaje nor-
teamericano y publi-
có el revelador Inside
The Company: CIA
Diary a comienzos de