MP 79 MALAS PALABRAS NRO 79 | Page 18

Perón y Cooke Vale la pena recordar el contexto en que según el gran periodista se dio el cara a cara entre dos mitos ar- gentinos del siglo XX. Para ese mo - mento, el General ya estaba instala- do en Madrid y la construcción de la quinta 17 de Octubre no hacía pre- sagiar mayores movidas políticas. Sin embargo, Perón recibió ese año con la promesa de que volvería a la Ar- gentina, cosa que intentó en diciem- bre. El «Operativo Retorno» se frus- tró en Río de Janeiro, cuando la dic- tadura brasileña no le permitió seguir viaje por pedido de Arturo Illia. O sea que cuando Guevara lo visitó ya ve- nía maquinando su vuelta. La Cuba castrista era por enton- ces el mayor dolor de cabeza de los Estados Unidos en ese momento de la Guerra Fría. La instalación de misiles soviéticos en la isla casi detona la Tercera Guerra Mundial con la Unión Soviética. Un año antes, la operación de la CIA para desbancar a Fidel Castro había fracasado en Bahía de los Cochinos. Guevara era el símbolo de esa revolución, aunque ya comenzaban sus cortocircuitos con el ala más pro-soviética del gobierno cubano, encarnada por Raúl Castro, y arrastraba tras de sí el fracaso de la guerrilla impulsada por Jorge Masetti en Salta, que había sido aniquilada con poco en el norte argentino al despuntar el 64. En medio de ambos extremos, la Cuba revolucionaria y el General exi- liado, había un punto en común: John William Cooke. El primer delegado de Perón, que en sus funciones ya había caído en desgracia, impulsaba una alianza con La Habana. Incluso insis- tía en que Perón debía instalarse en la isla. El Bebe Cooke había genera- do buenos vínculos con la isla: un negocio de importación de habanos servía para sostener a Perón y su movimiento. Guevara y Cooke En rigor, el General no podía co- quetear abiertamente con los cuba- nos. Hacerlo lo arrojaba definitiva- mente a los brazos de la izquierda y lo convertía en un líder proletario.. Demasiados dolores de cabeza ha- El Che junto a John William Cooke 18 bía tenido durante su exilio latinoameri- cano hasta que se instaló en la España franquista, que a los ojos del mundo era menos chocante que el experimento so- cialista a 90 millas de Florida. Además, el peronismo proscripto estaba encarnado por dirigentes sindicales que veían con malos ojos a la izquierda. No podía ene- mistarse con ellos, en el delicado equili- brio que proponía el vandorismo. Entonces entró en escena Julio Galle- go Soto, según el relato de García Lupo. Se trataba de un español afincado de pe- queño en la Argentina, que se integró al círculo íntimo de Perón en su primera pre- sidencia. Aparece en algunas fotos con Perón en Madrid y se lo ve también en Chile, detrás del General, mientras éste departía con su par Carlos Ibáñez del Campo. Perón lo utilizaba como agente para misiones espe- ciales. Al despuntar los 60, Gallego Soto ope- raba en Montevideo, y allí se habrían dado sus nexos con la inte- ligencia cubana. Philip Agee, agente de la CIA apostado en ese entonces en la ca- pital uruguaya, deser- tó del espionaje nor- teamericano y publi- có el revelador Inside The Company: CIA Diary a comienzos de