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De esta manera, se concibe al código como las formas convencionalizadas en las que grupos determinados de personas crean significados para comunicarse, donde la palabra ha gestado a la imagen, y la imagen conduce al pensamiento humano a la actividad, a la acción o ser siendo con los demás. Es decir, los códigos configuran la cultura y la cultura moldea la sociedad humana en un proceso de semiosis infinitiva, recursiva, donde el elemento antecesor construye a su consecuente. Se actualizó el uso del código semiótico a la imagen digitalizada, al código, al password, a la contraseña para acceder e interpretar la combinación de la información, haciendo una “match” de lo codificado y lo decodificado, interpretando la complejidad de la realidad humana. Del código genético se ha pasado a la codificación de la especie humana como trampolín al transhumanismo. La comunicación se “redujo” a lenguaje binario, a interpretación informática, dejando a un lado la riqueza, abundancia y multidiversidad del lenguaje. En sí, el código cumple una función pragmática, de uso y desuso, ya no tiene que ver con los escritos de Miguel de Cervantes Saavedra, Gabriel García Márquez, Don Andrés Bello o Arturo Uslar Pietri. El código lingüístico es un elemento visual. Por ejemplo, en la actualidad, la información está sintetizada con una imagen que puede ser decodificada con una aplicación o un programa informático. Se trata de los códigos “QR” (Quick Response), son codificaciones de múltiples variables y fuentes que suministran información de manera rápida y eficiente. Finalmente, estamos convocados y llamados a comunicarnos, relacionarnos e interactuar desde la amplitud variada de los códigos. Ellos nos hacemos más humanos, en algunos momentos nos acercan, y en otros nos alejan. Lo importante es que nunca debemos dejar de “ser humanos”, transmitiendo nuestra humanidad desde la inteligencia emocional, la gestión del conocimiento y la complejidad del homo sapiens videns complex.