PÁGINA 4 | MOMENTOS | SORTEM
Comenzó el ejercicio con Pedro sentado en una
silla y de pronto se le aproximó “uno de los
familiares”. Tras exigir que se hiciera lo que ellos
pensaban que era lo correcto, se puso a la
defensiva diciendo que no podía garantizar nada
de lo que se le pedía. La ventaja de este ejercicio
fue que nos permitió parar y analizar que era lo
que le estaba pasando a Pedro. Respiró profundo y
tras pensar durante unos segundos admitió sentir
rencor hacia el familiar por ponerle en tal
situación. Además, se sentía impotente porque
sabía que cualquier respuesta que le diera no le
iba a satisfacer. La sensación de sentirse
injustamente arrinconado no le permitía poder
estar disponible para desarrollar una relación
empática con “el familiar” de manera efectiva.
Dejé que el grupo ofreciera sus ideas y soluciones
a la situación, pero no tardaron mucho en sentirse
atascados el la misma problemática que paralizaba
a Pedro. Por lo que me contaban casi todos, este
tipo de sucesos eran relativamente normales.
Tras un rato, alguien me preguntó con tono
enfadado qué era lo que tenían que hacer para
“hacer que los familiares aceptaran la situación”.
Tomé el riesgo de personificar a Pedro y ver si yo
podía hacer algo diferente. Aunque no he
trabajado nunca para una funeraria, he lidiado con
situaciones de muchísima dificultad en cuidados
paliativos, y he aprendido adecuar mi
comunicación para navegar por situaciones de
tensión extrema.
URTZI CRISTOBAL
FORMADOR Y PSICÓLOGO ESPECIALISTA
EN CUIDADOS PALIATIVOS Y DUELO
Sentado en la silla del profesional, observé por el
rabillo del ojo cómo a Pedro se le dibujaba una
sonrisa de satisfacción según se me acercaba “el
familiar”. Me comenzó a hablar de que lo correcto
era publicar una esquela a nombre de toda la
familia, incluyendo la extensa, y procedió a darme
toda una serie de razones al respecto.
Con aire tranquilo y mirándolo a los ojos
compasivo le respondí que comprendía que estaba
en una situación muy delicada y que la
incertidumbre sobre si iba a poder publicar la
esquela que él quisiera era, lógicamente, una
fuente de ansiedad. También le dije que, aun
reconociendo la importancia de la esquela para él,
parecía que otros miembros de la familia parecían
estar en desacuerdo con su punto de vista y que mi
labor como funerario era ejecutar la decisión que
tomara toda la familia. Lo último que me deseaba
es que el recuerdo de un momento tan importante
como la muerte de un ser querido quedara teñida
de rencor y frustración para siempre.
Le dije que la única manera era que toda la familia
se reuniera para tomar la decisión y que yo les
ayudaría en lo que pudiera.
El “familiar” se fue satisfecho. No demasiado
contento, pero pudo comprender lo que le dije.
Cuando llegó el turno del segundo “familiar”,
tuvimos una conversación parecida.
Una vez terminado el ejercicio, les pregunté cómo
había sido para ellos el sentarse en el papel de
“familiar” y que reacciones se les habían
despertado cuando hablé con ellos. Ambos me
dijeron que mi postura era clara, compasiva,
imparcial y lógica.
Durante una década en cuidados paliativos he
aprendido que hay ciertas decisiones que solo las
puede tomar la familia. Nuestra labor como
profesionales es ejecutar sus decisiones, pero
entrar a complacer a algunos familiares que se
erigen como portavoces de la familia sin
consentimiento de ésta no ayuda a nadie.
Por tanto, reflejar la situación como si se tratara de
un espejo devuelve no solo la responsabilidad a la
familia, sino la posibilidad de seguir siendo los
autores de un capítulo que todavía no se ha
escrito, en vez de víctimas de una historia
impuesta por otros. |
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