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IMPOTENCIA
La muerte es uno de los grandes tabúes en
los tiempos que corren, aunque no ha sido
siempre así. Los escritos del antropólogo
americano Douglas durante su residencia en
el País Vasco en los años sesenta
demuestran que la actitud hacia la muerte
en pueblos como Murélaga o Echalar era
muy abierta y aceptada.
En sus obras habla de los ritos funerarios de
dichos pueblos y de cómo la noticia de que
alguien en el pueblo estaba a punto de
morir o de que ya lo hubiera hecho se
difundía con más rapidez que un incendió.
El sacristán del barrio del difunto sonaba
las campanas varias veces al día, con sus
características especiales en caso de que el
difunto fuera hombre o mujer.
También nos transmite que cuando el
párroco acudía a casa del difunto a lavar su
cuerpo con agua bendita varios niños de la
aldea, quienes, aunque no fueran cercanos
al
difunto
conocían
las
noticias,
acompañaban a éste hasta la casa y
presenciaban el rito en vivo y en directo.
Hace no tanto tiempo, el contacto con la
enfermedad y la muerte era mucho mayor,
más directo y presente que ahora.
La manera en la que abordamos la muerte
hoy día es muy diferente. En pueblos
pequeños de algunos lugares de nuestra
geografía todavía se vive la muerte de
alguien de la aldea como algo más cercano
y sabido, aunque el contacto con el cadáver
es bastante menor. Sin embargo, en pueblos
un poquito más grandes, por no hablar de
las ciudades, el contacto es mínimo.
La combinación de la falta de conocimiento
sobre la materia junto con el hecho del