nalidad y darle a sus comportamientos una apariencia de legitimi-
dad que no tiene.
La verdad es que todas las fuerzas políticas tienen algo de razón
en sus argumentos, pero hay que tener en cuenta que el progreso
consiste en sumar y no en restar en unir y no en separar. Es cierto
que hay casos en los que la separación política de los territorios es
adecuada, sobre todo cuando se dan grandes diferencias de raza o
cultura, pero siempre es preferible intentar encontrar un acuerdo
que convenza a todos, antes que buscar la ruptura como único ob-
jetivo.
Hay quien piensa que la agresividad de los nacionalismos es la
consecuencia de la agresividad de los estados, pero en España es
justo lo contrario, pues es precisamente cuanto más amplio es el
autogobierno de las autonomías y la independencia de las regio-
nes, cuando más agresivos se muestran los partidos nacionalistas.
Esto es debido a que en España al comienzo de la transición de-
mocrática en 1975 se optó por un modelo constitucional menos
centralizado consistente en el llamado sistema proporcional. Con
este sistema, lo habitual es que al terminar las elecciones el parti-
do más votado no alcance la cantidad de escaños necesarios para
gobernar, por ello, se ve obligado a pactar con partidos minorita-
rios en la mayoría de los casos nacionalistas. El problema es que
la formación de estos pactos se hace mediante el chantaje que es-
tos partidos hacen al gobierno para conseguir la paulatina des-
mantelación del estado. Con este sistema, los partidos nacionalis-
tas adquieren un poder que no se corresponde con su verdadera
dimensión, es decir que acaban siendo los niños malcriados del
país, al recibir sin demasiados problemas la mayoría de las exi-
gencias que piden. De este modo, un sistema político pensado en
un principio para ser negociador y aperturista, se termina convir-
tiendo en discriminatorio para aquellas regiones que no participan
en la formación del gobierno y al mismo tiempo en rehén de unos
partidos minoritarios con un poder excesivamente grande. En mi
opinión, de haberse optado por un sistema constitucional mayori-
tario, la mayoría necesaria para gobernar se habría podido obtener
mediante una segunda votación entre los dos partidos más vota-
dos, de esta forma cualquier partido regional habría podido parti-
cipar como asociado de estos partidos, pero sin ejercer una in-
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