Después de que vosotros hayáis trabajado tanto y tan bien, os hemos de decir algo: ¡nos habéis dado envidia! Así que los profesores nos hemos puesto manos a la obra. Hemos cogido el lapicero, la goma y toda nuestra imaginación para escribir una historia basada en otra historia que a su vez está basada en otra, que... Bueno, dejémonos de tonterías y a disfrutar se ha dicho.
Vuestros profesores
- ¡Szocorro, me han robado! –todo el colegio de Adoratrices oyó gritar al profesor Emilio-. ¡Esz un deszasztre! ¡Qué venga alguien! –continuó.
Siguió gritando hasta que todo el pasillo de primaria se llenó de murmullos y confusión.
El profesor Emilio empezó a echarle la culpa al profesor Guzmán, a la profesora Aurora e incluso al perro del monitor del comedor. Pero el profesor Guzmán no pudo haber sido porque se había quedado encerrado en el baño de profesores toda la mañana; la profesora Aurora tampoco, porque aquel día no había asistido al colegio por una gripe de campeonato; y el perro del monitor del comedor era demasiado viejo para hacer semejante barbaridad.
- ¿Qué te han quitado, Emilio? –le preguntó el director-. ¿Tu portátil? ¿Tus tizas? ¿El borrador? ¿Los exámenes?
- No –dijo Emilio-. Esz todavía peor, ¡me han robado mi dentadura posztiza!
El profesor Emilio guardaba sus dientes en un vaso con agua durante la hora del recreo. Los dejaba reposar en el armario para que los restos de su bocadillo de mortadela desaparecieran por completo. El vaso seguía allí, pero los dientes no.
- ¿No te los habrás tragado sin querer? –le preguntó una alumna con coletas y cuatro pecas sobre la nariz.
- ¡Claro que no! –contestó el profesor Emilio-. Eszosz dientesz eran especialesz, esztaban hechosz por losz arteszanosz mász habilidoszosz de Szuecia.
- ¿Estás seguro de que has mirado en todos los sitios? –le volvió a preguntar el director-. ¿Debajo de los pupitres, en los cajones, en la maceta del geranio?
- Szí –contestó con lágrimas en los ojos-. He buszcado haszta en el último rincón
del colegio.
El director llamó a la policía.
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