Mictlantecuhtli número cero RevistaAntropologica2 | Page 4

Mictlantecuhtli En un país donde tenemos una relación tan cer- cana y estrecha con la muerte, en donde muere cuando se olvida, dónde, en palabras de José Al- fredo, “la vida no vale nada” y donde tenemos la fiel creencia que, ante los ojos de la muerte, todos somos iguales, esto fusionado con que somos un país donde la violencia está desbordada y los no- ticieros nos invaden de muerte y zozobra, en este país que es una mezcla de diversas culturas, que es producto de la fusión que se dio por medio de una conquista la cual no nos pudo arrebatar esa mencionada relación con la muerte fundada en las creencias pasadas. En una época en donde la juventud tiene la ne- cesidad de volver a sus raíces para explicarse así mismo su origen y por ende su destino, se ha volteado a ver a las civilizaciones precolombinas, en donde cada vez más se busca retomar las tra- diciones pasadas y darles una resignificación, re- surgen Dioses antiguos que creíamos relegados a los libros y a las investigaciones. Desde el Mictlán el Dios Mictlantecuhtli, señor de la muerte, encargado de controlar a los muertos y con el poder de controlar a las sombras, que, junto a su esposa Mictecacihuatl, es custodio y regente de los nueve ríos subterráneos de los que se en- cuentra formado el inframundo, el mismo Dios al que Quetzalcoatl le robó los huesos con los que se creó la humanidad, nos hace un recordatorio de su poderosa existencia, de su gran dominio y del culto que se le tenía en diferentes pueblos del mundo prehispánico. Es quién en día de muertos se encarga de abrir las puertas del inframundo para que los muertos visiten a sus familiares. Foto: Cutie pie Autor: Bay gari Según varios in- vestigadores no todas las personas que morían iban a dar al Mictlán, esto estaba supe- ditado a la forma en la que morían, es decir, no todos los muertos se en- contraban bajo la regencia de este poderoso Dios. Tal como lo dice Mer- cedes de la Garza: “Para los nahuas, la energía vital de los hombres podía ir a cuatro lugares: el Mictlan o ‘lugar de los muertos’, llamado tam- bién Ximohuayan o ‘lugar de los descarnados’. El Tlalocan o ‘lugar del dios de la lluvia’. El Tonatiu- hihuícac o ‘cielo del sol’; y el Chichihuacuauhco o donde está el ‘árbol nodriza’” (1978:92) Desde la cosmovisión de los antiguos, todos aquellos que morían por enfermedad o como con- secuencia de la vejez, en otras palabras, los que no llegaban a tener una muerte gloriosa debían atravesar por cada uno de los niveles del infra- mundo hasta llegar al noveno en donde encontra- rían su eterno descanso. “A Sahagún le contaron que cuando comienza la noche, comenzaba a amanecer en el infierno y entonces se levantaban de dormir los muertos que están en el mundo de la muerte” (Manuel Torres Guzmán, 1990:45), es- tos hombres y mujeres debían enfrentar la muerte final, la verdadera muerte. Los nueve ríos de los que se compone el Mictlán, son: Chiconahuapan, también conocido como “lu- gar del perros”, en este sitio, según se cuenta, se que el muerto debía cruzar el caudaloso río con ayuda de un xoloitzcuintle de color pardusco, el color era importante pues al pedirle ayuda un perro blanco este se negaría y si le pedía ayuda a un perro color negro este no aceptaría;