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De hecho, nada nos impediría colocar en la misma narración, uno a continuación del otro, los párrafos de los dos ejemplos anteriores: en el primero el narrador estaría adoptando el punto de vista de Gregorio, y en el segundo, el del padre:
... a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.
«¿Qué me ha ocurrido?», pensó.
El Sr. Samsa, que estaba desayunando tranquilamente en el comedor, oyó unos extraños ruidos que provenían de la habitación de su hijo. Le llamó, y al no obtener respuesta, pensó que algo raro le debía estar sucediendo.
El narrador podría también adoptar un punto de vista impersonal, no asociado a ningún personaje: limitarse a describir la acción de manera objetiva sin comunicar en ningún momento los pensamientos de nadie; algo así como si se tratase de una cámara cinematográfica que fuese tomando planos de la acción y describiéndosela al lector:
Son las siete de la mañana y en la casa de los Samsa todo está tranquilo: el Sr. Samsa está desayunando y la Sra. Samsa está preparando compota. De repente, se oye un grito. El Sr. Samsa se levanta extrañado...
Es importante elegir bien el punto de vista de cualquier narración que escribamos, ya que nos la condicionará de principio a fin. No es lo mismo narrar una historia de detectives con la perspectiva del inspector de policía, que con la del asesino, que con la de cada uno de los testigos.