Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 56
¨El Misterio de Belicena Villca¨
letras correspondían efectivamente a las dieciocho Vrunas de Navután y que con ellas se
podía comprender el Signo del Origen y con éste a la Serpiente, máximo símbolo del
conocimiento humano. Pero tal verdad era apenas intuida por los Hierofantes tartesios ya que
en esos días nadie veía el Signo del Origen ni recordaba las Vrunas de Navután: al instituir la
Reforma del Fuego Frío, los Señores de Tharsis habían recibido la Palabra de la Diosa de que
la Casa de Tharsis, descendiente de los Atlantes blancos, “no se extinguiría mientras al menos
uno de sus miembros no recuperase la Sabiduría perdida”, y para que Su Palabra se
cumpliese, “menos que nunca deberían desprenderse de la Espada Sabia”. Ese momento aún
no había llegado y ningún descendiente de la Casa de Tharsis comprendía el significado
profundo de esa Verdad esotérica que revelaba la Cabeza de Piedra de Pyrena. De modo que
para ellos era también una verdad incuestionable el hecho de que las dieciocho Serpientes
representaban a las letras del alfabeto tartesio: las dos Serpientes más pequeñas, por
ejemplo, correspondían a las dos letras introducidas por los lidios y su pronunciación se
mantenía en secreto, al igual que el Nombre de la Diosa Luna formado por las tres vocales de
los iberos. En este caso, las dos vocales permitían conocer el Nombre que la Diosa Pyrena se
daba a sí misma cuando se manifestaba como Fuego Frío en el corazón del hombre, es decir,
“Yo soy” (algo así como Eu o Ey).
Todos los años, al aproximarse el solsticio de invierno, los Hierofantes determinaban el
plenilunio más cercano, y, en esa noche, se celebraba en Tartessos el Ritual del Fuego Frío.
No serían muchos los Elegidos que, finalmente, se atreverían a desafiar la prueba del Fuego
Frío: casi siempre un grupo que se podía contar con los dedos de la mano. El meñir estaba
alineado hacia el Oeste del Manzano de Tharsis, de tal modo que la Diosa Luna aparecería
invariablemente detrás del árbol y transitaría por el cielo hasta alcanzar el cenit, sitio desde
donde recién iluminaría a pleno el rostro de la Diosa que Mira Hacia el Oeste. Desde el
anochecer, con las miradas dirigidas hacia el Este, los Elegidos se hallaban sentados en el
claro, observando el Rostro de la Diosa y, más atrás, el Manzano de Tharsis.
Cuando el Rostro Más Brillante de la Diosa Luna se posaba sobre el Bosque Sagrado, los
Elegidos se mantenían en silencio, con las piernas cruzadas y expresando con las manos el
Mudra del Fuego Frío: en esos momentos sólo les estaba permitido masticar hojas de sauce;
por lo demás, debían permanecer en rigurosa quietud. Hasta el cenit del plenilunio, la tensión
dramática crecía instante tras instante y, en ese punto, alcanzaba tal intensidad que parecía
que el terror de los Elegidos se extendía al medio ambiente y se tornaba respirable: no sólo se
respiraba el terror sino que se lo percibía epidérmicamente, como si una Presencia pavorosa
hubiese brotado de los rayos de la Luna y los oprimiese a todos con un abrazo helado y
sobrecogedor.
Invariablemente se llegaba a ese clímax al comenzar el Ritual. Entonces un Hierofante se
dirigía a la parte trasera de la Cabeza de Piedra y ascendía por una pequeña escalera que
estaba tallada en la roca del meñir y se internaba en su interior. La escalera, que contaba con
dieciocho escalones y culminaba en una plataforma circular, permitía acceder a una
plataforma troncocónica: era éste un estrecho recinto de unos dos y medio metros de altura,
excavado exactamente detrás de la Cara y apenas iluminado desde el piso por la Lámpara
Perenne. Sobre la plataforma del piso, en efecto, había un diminuto fogón de piedra en cuyo
hornillo se colocaba, desde que los lidios perfeccionaron la forma del Culto, la Lámpara
Perenne: una losa permitía tapar la boca superior del hornillo y regular la salida de la exigua
luz. Ahora esta luz era mínima porque el Hierofante se aprestaba a realizar una operación
clave del ritual: efectuar la apertura de los Ojos de la Diosa. Para lograrlo sólo tenía que
desplazar hacia adentro las dos piezas de piedra, solidarias entre sí, que habitualmente
permanecían perfectamente ensambladas en la Cara y causaban la ilusión de que unos
pétreos Párpados cubrían el bulbo de Sus Ojos: esas pesadas piezas requerían la fuerza de
dos hombres para ser colocadas en su lugar, pero, una vez allí, bastaba con quitar una traba y
se deslizaban por sí mismas sobre una guía rampa que atravesaba todo el recinto interior.
Hay que imaginarse esta escena. El cerco de Fresnos del Bosque Sagrado formando el
claro y en su centro, enormes e imponentes, el Manzano de Tharsis y la estatua de la Diosa
Pyrena. Y sentados frente al Rostro de la Diosa, en una posición que exalta aún más el
tamaño colosal y la turbadora Cabellera serpentina, los Elegidos, con la mirada fija y el
corazón ansioso, aguardando Su Manifestación, la llamada personal que abre las puertas de la
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