Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 542
¨El Misterio de Belicena Villca¨
respecto a Von Grossen, Ud. deberá despedirse para siempre de él en la Argentina. Oskar Feil
podrá mantener el contacto pero es conveniente que también se aparte, pues el viejo zorro no
se quedará quieto y tratará de librar su guerra privada contra la Sinarquía. Posiblemente se
convierta en asesor en cuestiones de Inteligencia y Contraespionaje, y se ponga al servicio de
regímenes pseudofascistas, de los que abundan en Sudamérica. Nada que les convenga a
Uds.
Por último: conserve a los perros daivas pero no los utilice salvo en caso de extrema
necesidad. Lo mismo vale para sus facultades Iniciáticas: manténgase alerta, bien entrenado,
pero no actúe salvo en caso extremo. Estas son, en síntesis, sus órdenes: esperar.
¡Sobrevivir, protegerse y esperar
– ¡Por todos los Dioses! –Grité fuera de mí–. ¿Esperar qué?
–No puedo darle más información –respondió Tarstein impasible–. ¡Cumpla sus órdenes y
ya lo sabrá!
Me dio un apretón de manos y, como si tal saludo no bastara, me abrazó.
–Hasta siempre, Kurt Von Sübermann. Vaya tranquilo, que su aporte ha sido invalorable
para la causa de la Orden Negra . El Tercer Reich lo ha condecorado con la Cruz de Hierro,
pero la Orden le concederá algún día una distinción aún más valiosa, que Ud. ha ganado
merecidamente. Le repito: pronto nos veremos nuevamente, durante la Batalla Final, aunque
no nos encontremos más en esta vida.
Estábamos en la puerta. Yo había salido y sostenía la inútil motocicleta, mientras
escuchaba decir a Konrad Tarstein casi las mismas palabras del gurka Bangi. Hubiese querido
llorar de impotencia ante aquel absurdo: todos morían o se iban. Solo Yo, mudo testigo de una
realidad terrible y secreta, debía permanecer en el Infierno. Y sin saber por qué.
– ¡Heil Hitler! –grité por todo saludo, en tanto la puerta de la Gregorstrasse 239 se cerraba
tras de mí para siempre.
Arranqué la motocicleta y, esquivando los escombros, di vuelta a la manzana. Antes de
completar la tercer cuadra alguien me disparó desde una terraza. La bala seccionó
limpiamente la horquilla y la rueda delantera se cruzó de golpe; apreté los frenos y volé varios
metros adelante. Sin dejar de rodar me oculté tras el chasis incinerado de un automóvil,
perseguido por una lluvia de balas. “Había olvidado que llevaba uniforme ruso y me estaba
paseando por una solitaria calle de Berlín sin protección alguna”. Solté varios juramentos y
corrí hasta la esquina, pegándome a las paredes. Me encontraba nuevamente en la
Gregorstrasse. Ya estaría lejos de allí si no me hubiese propuesto echar un último vistazo a la
casa de Tarstein. Avancé los metros que me separaban de ella mirando hacia ambas
esquinas, alternativamente. Era noche cerrada pero no silenciosa; ese 30 de Abril amanecería
acompañado de los más recios combates y el ruido de las balas, obuses y bombas era
ensordecedor.
Pronto comprobé desolado que la advertencia de Tarstein no era vana. De hecho, el 239
no existía ahora en la Gregorstrasse. Pero sí el sitio por donde Yo saliera; lo evidenciaban las
huellas recientes de los neumáticos de la motocicleta en la vereda y en la calle. Más la puerta
239, frente a esas huellas, ya no se encontraba. En su lugar estaba la puerta cerrada de un
negocio en bastante buen estado. Quité con la mano la capa de polvo que cubría la placa y leí:
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“Buchhandlung Hyperbórea” . Sentí pasos que se acercaban; quizás los francotiradores
que me habían disparado minutos antes. Allí no quedaba nada por hacer, así que eché a
correr en dirección contraria.
Te repito que el tiempo apremia, Neffe, así que dejaré para otra oportunidad el relato de
las aventuras corridas hasta llegar a Italia. Mencionaré solamente que en Junio de 1945 me
reuní con Karl Von Grossen y Oskar Feil en el Monasterio Franciscano del Sur de Italia y que
permanecí allí hasta Febrero de 1947. En esa fecha nuestro contacto con La Araña nos
presentó a un oficial del Ejército Argentino de nombre Zapalla, quien nos proporcionó
pasaportes y pasajes, y, desde luego, nuevas identidades: Yo pasé a llamarme Cerino
Sanguedolce, como tú ya sabes; Oskar se convirtió en Domingo Pietratesta; y Karl Von
73 Librería Hiperbórea
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