Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 505
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Por supuesto, estos cargos contra el Japón no pueden ser relativizados ni atenuados por
el hecho cierto de que durante la Guerra muchos japoneses combatieron con heroísmo sin
par, como por ejemplo, los kamikazes. Hay que llamar a las cosas por su nombre y reconocer
las excepciones a las reglas: así como en la Alemania leal existieron incontables traidores, en
el Japón traidor se destacaron honrosamente muchísimos valientes guerreros leales.
Capítulo XXXVII
Si Sining-Fu me había asombrado por sus grandes dimensiones ¿qué decir de Lan-Cheu-Fu
que era cuatro veces mayor? Mas se trataba de dos clases distintas de ciudad: Sining-Fu
representaba la típica urbe fronteriza, situada sobre un importante camino comercial; su vida
dependía más que nada del tráfico de mercancías y no se interesaba particularmente en la
producción; por eso semejaba, como dije, un descomunal mercado. Lan-Cheu-Fu, por el
contrario, constituía la clásica metrópoli: era la capital de la provincia de Kansu y, si bien
comerciaba tanto o más que Sining, estaba dotada de industrias clave, tales como las textiles
y siderúrgicas, y acopiaba una gran variedad de productos agrícolas. Asentada sobre la
margen derecha del Río Amarillo, daba la impresión de tratarse de una ciudad medieval
europea por sus murallas almenadas y sus altas torres, pero su densidad demográfica
resultaba incomparable: alrededor de 1.000.000 de habitantes. Pese a que existían arrabales
fortificados de pobre aspecto, tras la muralla se hallaba la parte principal de la ciudad: unas
80.000 casas de madera bellamente decoradas, con todas sus calles pavimentadas de
mármol o granito verde. Los “nacionalistas” se habían apresurado a ocuparla, acantonando un
regimiento de 10.000 efectivos; el motivo: controlar una famosa fábrica de cañones pesados y
otras de pólvora y fusiles.
Cosas de China. O quizás del racionalismo de Confucio. Lo curioso era que en la muralla
de Lan-Cheu-Fu existía una Shen Hei, o “puerta negra”, la que no recibía su nombre por el
color con que estaba pintada, sino porque pertenecía al mercado negro. Con ejemplar sentido
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práctico, el Tsung-Tu negoció con los jefes del crimen organizado la cesión de aquella
puerta. De acuerdo al arreglo, los mafiosos se encargarían de mantener una guardia
permanente, coordinada con la guardia nacionalista de las restantes puertas; podrían
entonces, canalizar por la Shen Hei todo el contrabando que quisieran, sin ser molestados por
la policía. La ganancia que obtenía el Tsung-Tu con este original pacto radicaba en la
tranquilidad de sus tropas, a las que podía ocupar en la guerra contra los japoneses o en
combatir a los comunistas. Las Sociedades Secretas criminales eran tan viejas como China y
siempre se había podido convivir con ellas: representaban el mal menor. En cambio con los
comunistas o los japoneses sería imposible coexistir en paz. Al cederles soberanía sobre la
Puerta Negra, legalizaba de algún modo las actividades ilegales y conseguía cierta supervisión
sobre el incontrolable tráfico del Mercado Negro. De no obrar así, y obligar a las Sociedades a
operar en la clandestinidad, sería necesario vigilar las 24 horas del día las murallas y habría
que sostener periódicos enfrentamientos armados con los contrabandistas.
Los kâulikas de Sining se dirigieron directamente a la Shen Hei y allí dieron una
contraseña a viva voz. De inmediato nos cedieron el paso. Pero, una vez adentro, no nos
condujeron frente a un tosco malhechor, jefe de una “cofradía de bandidos”, como la definición
de Von Grossen permitía presumir. El jefe de la Banda Verde era un anciano chino de
exquisitos modales, que por el rubí encarnado que lucía en el gorro oficial declaraba ser un
mandarín de primera categoría y primera clase: tal señal significaba la más alta jerarquía en la
aristocracia china; también distinguimos una imagen de un unicornio ricamente bordado en su
traje, insignia propia de los Kuan militares: los Kuan civiles llevaban insignias de aves.
Se llamaba Thien-ma, es decir, Caballo del Cielo, y nos sorprendió con su conocimiento
sobre todos nuestros pasos: sabía que éramos alemanes, que procedíamos de Bután, que
exploramos el Tíbet al mismo tiempo que otra expedición alemana proveniente de la India, que
destruimos la aldea duskha, que aparecimos misteriosamente en el valle Kan-Cheu y llegamos
52 Tsung-Tu: Gobernador de Provincia.
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