Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 479
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Sus compañeros, jefe y soldados, son los Camaradas que coinciden junto a él en el acto
de la Muerte. Pero, por sobre todos los actos, está el objetivo de la guerra, el ideal del
guerrero, la patria o tal vez una meta nacional. La realización del ideal necesita, pues, el hecho
de la vida. La Muerte, en ese caso, es el Enemigo. De allí que, frenar a la Muerte, evitar que
quite la vida de los que luchan por el ideal, sea un acto de servicio al ideal, fuera de todo
reglamento. Si no fuese así, el acto del héroe sería un mero suicidio y los sobrevivientes
salvarían una vida sin sentido. Pero la vida rescatada de la Muerte tiene un sentido: el triunfo
del ideal. El héroe se arroja sobre la granada pero les dice bien claro a todos: “muero para
que vosotros triunféis”, es decir, “muero así para que triunfemos todos”, “muero así para que
triunfe el ideal”, “¡triunfad!”; no les dice “Os regalo la vida”.
¿Y cómo se los dice?: carismáticamente. Todos lo escuchan con la Sangre; por eso no
sienten que le deben la vida al héroe sino que deben triunfar, derrotar al Enemigo, cumplir
con su mandato. ¿Entonces hay orden? Sí, pero no el orden artificial de la organización
militar sino la formalidad de la Mística: en el instante de arrojo, el héroe es el líder carismático
de sus Camaradas y su último pensamiento es una orden que todos acatarán. Una orden
dada fuera de la jerarquía militar, desenganchada de la cadena de mandos, pero dotada de
mayor fuerza que cualquier disposición exterior porque ha sido emitida dentro de cada uno,
simultáneamente con la explosión de la Muerte. Bajo la forma Mística del ideal, los Camaradas
han recibido, en un instante único, la orden del líder carismático, que lo es porque en esa
instancia absoluta los supera a todos con el valor heroico de su acto.
Regresando a la comparación anterior, ahora se puede apreciar mejor la diferencia entre
la amistad y la camaradería: los amigos pueden darnos mucho, incluso todo lo que
tienen; tal vez hasta den la vida por nosotros; pero sólo los Camaradas nos darán algo
mayor que sus vidas, incluso mayor que nuestras propias vidas, esto es, el ideal. Sólo
un héroe, o un Camarada, creerá en nosotros como héroes o Camaradas y nos ordenará
seguir al ideal, nos señalará el ideal, nos revelará el ideal, nos aproximará al ideal.
Ser amigo es estar ligado a un corazón ajeno. Ser Camarada es estar comprometido
con un ideal; significa asumir, en el momento oportuno, la instancia absoluta del héroe; si
fuese necesario, liderar carismáticamente a los Camaradas, ordenar la marcha hacia el ideal,
morir por el ideal. “Alemania, un día te elevarás radiante / aunque Nosotros tengamos que
morir / ... / ¡Sí, nuestros Estandartes son superiores a la Muerte!”
Pero no siempre los héroes tienen que morir. Héroe es también aquél que lidera a sus
Camaradas en el instante absoluto y los conduce directamente a la victoria. Y todos lo siguen,
persuadidos, arrebatados, ganados, porque saben carismáticamente, con la Sangre, que él ha
visto el ideal y se propone realizarlo. Se cumple así un principio universal de la Sabiduría
Hiperbórea; “uno conduce a los Camaradas y el ideal se realiza”.
En nuestra escuadra, imperaba el orden militar. Existía una escala de mandos que se
iniciaba en Von Grossen, continuaba conmigo, proseguía con Hans y Kloster, y culminaba en
Heinz; los guerreros kâulikas también tenían su jerarquía, y sus jefes recibían directivas
nuestras.
Sin embargo, por arriba de la organización militar, a todos nos unía el ideal común del
Espíritu, del Nacionalsocialismo, del Führer. En un instante dado, todos éramos Camaradas, y
entonces podía ocurrir la instancia absoluta del héroe. Durante el viaje, y el ataque a los
duskhas, la escuadra funcionó como un cuerpo militar y las jerarquías y grados se respetaron.
Empero, cuando el objetivo buscado se tornó incorpóreo, y la Muerte y la locura comenzaron a
rondarnos, y fue al fin evidente que ni Von Grossen ni nadie, salvo Yo, podría sacarlos de
aquel siniestro “Valle de los Demonios Inmortales”, el orden jerárquico se descompuso y se
produjo la coincidencia carismática: Yo y los Camaradas. Todos creían en mí, esperaban de
mí, confiaban en mí.
La circunstancia, es claro, requería un héroe y un líder. Era consciente de ello y no estaba
dispuesto a dejar pasar la oportunidad. Por eso quería que descansaran antes de retomar
la búsqueda de Ernst Schaeffer: luego no habría más tiempo. Porque, en ese instante
absoluto, seguido sin titubear por mis Camaradas, y siguiendo a mi vez el Camino de Kula y
Akula, nos arrojaríamos a la garganta del Enemigo. Moriríamos o triunfaríamos, pero sea cual
fuese el caso, nuestra muerte o triunfo significaría para los Camaradas de Alemania la orden
de realizar el ideal, la victoria del Führer. –“Moriremos para que ellos triunfen” –pensaba,
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