Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 421
¨El Misterio de Belicena Villca¨
– ¿¡Dios mío!? ¿Por qué, tío Kurt?, ¿cómo has podido quedarte en silencio, permanecer
indiferente frente a la Voz de los Dioses? –no comprendía su actitud y se lo hacía saber casi
gritando. Perseguido por los Druidas, por la Fraternidad Blanca, por toda una Jerarquía de
seres infernales: ¿cómo se podía despreciar la única ayuda posible, el auxilio de los Dioses
Liberadores? Oh mein Gott, qué difícil se me hacía entonces entender a tío Kurt.
–Sé que no puedes comprenderme, Arturo. Pero es que tendrías que ponerte en mi lugar,
estar en mi pellejo en 1945, viendo a Alemania destruida por la Sinarquía de los Aliados y
comprobando que los hombres más Sabios, los Iniciados de la Orden Negra, desaparecían sin
dejar rastros en los Oasis Antárticos o a través de las Puertas Expandidas. Y mientras Ellos se
iban, hasta la Batalla Final o quién sabe hasta cuándo, Yo recibía la orden de quedarme en el
Infierno, solo, a cumplir una misión de la cual no sabía nada en absoluto y en la que no creía.
Sí, Neffe, puedes llamarle falta de fe o como quieras, pero Yo no creía que mi permanencia
aquí fuese realmente importante: me sentí abandonado, traicionado por los Dioses, librado a
mi suerte. ¿Qué podría hacer Yo frente a la Gran Conspiración triunfante? Y sin embargo
estaba equivocado. Ahora lo sé, y espero que no sea tarde para corregir mi estúpida postura.
La carta de Belicena Villca me ha mostrado una parte insospechada de la Historia, un costado
que otorga sentido final a mi vida. Porque, naturalmente, sólo me resta morir con honor para
lavar la mancha de estos años de quietud innoble.
Tío Kurt se torturaba inútilmente y, una vez más, era Yo el causante de su dolor. Maldecí
haber preguntado y hubiese querido que la tierra me tragase allí mismo. Y no había forma de
detener su subjetiva autocrítica.
– ¡Yo soy un , Arturo! ¡Un Iniciado de la Orden Negra ! –Dijo con desesperación–. ¡Y
me he mantenido en una cómoda situación; oculto todos estos años, pero seguro,
cómodamente seguro!: ¡maldito sea Yo y todos los oficiales
que hayan actuado del mismo
modo! ¡Deberíamos haber luchado, formado conciencias jóvenes, revelado la Sabiduría
Hiperbórea! Pero preferimos callar, asumir una actitud cobarde que pretendía ser prudente:
Imagínate, Arturo: ¡si ni a los Dioses fui capaz de responder, cuánta menos voluntad tendría
para esclarecer a nadie! ¿Y sabes por qué? ¡Porque en el fondo no creímos en las nuevas
generaciones, ni en el Triunfo del Führer, ni en la Batalla Final! Tal vez, y digo sólo “tal vez”,
seamos en parte disculpados porque en nuestra convicción ha de haber intervenido la mano
del Enemigo, el Poder de Ilusión de la Fraternidad Blanca. Fuimos incrédulos y egoístas, y no
debemos esperar perdón de los Dioses pues Ellos no son jueces. En verdad, estamos
obligados por nosotros mismos, por nuestro honor...
Hasta hoy, Neffe, viví adoptando el papel de víctima, afirmando con intransigencia que
nada se podía hacer contra la Sinarquía salvo aguardar la Batalla Final, el Fin del Mundo, el
Apocalipsis, una intervención Divina. Y esto lo decía con ironía, sin creer que la Parusía fuese
a ocurrir, que Yo llegase a verla. Y en mi desdén, y en la indiferencia de tantos otros que
quizás obran igual que Yo, condenamos a la ignorancia a quienes con seguridad deberán
participar en la Guerra Esencial, en la Batalla Final de la Guerra Esencial. ¡Oh, Dioses, que
necios hemos sido! No lo había comprendido hasta hoy, hasta que tú viniste y me expusiste tu
vida predestinada, hasta que tú me relataste los años de búsqueda y me mostraste la
imposibilidad de hallar la Verdad en alguna parte: ¡cuánto camino a ciegas te podrías haber
ahorrado si me hubieses conocido antes! ¡A mí, a Oskar, o a cualquiera de los que
conocíamos la Verdad! ¡Oh, Arturo ¿qué hemos hecho?! Salvamos nuestras miserables vidas
pero al costo de perder el honor, de abandonar a los jóvenes a sus propias fuerzas, de permitir
que fuesen corrompidos y destruidos por el Enemigo...
–Pero tío Kurt –dije tratando de calmarlo– tú recibiste una orden del Capitán Kiev: debías
permanecer oculto por motivos estratégicos, quizás aguardando la carta de Belicena Villca.
Puede ser que otros
hayan actuado egoístamente, como dices, mas Yo encuentro muy
significativa tu historia, la mía, y la de Belicena Villca. Veo todo muy sincronizado, muy
coincidente, y se me ocurre que los Dioses lo tenían calculado de antemano. Así, pues, que no
debes amargarte en vano: las cosas tendrán sentido, tus treinta y tres años en Santa María
tendrán sentido, si cumplimos con el pedido de Belicena Villca y hallamos a su hijo y a la
Espada Sabia, si mostramos su carta a Nimrod de Rosario y nos incorporamos a su Orden de
Constructores Sabios.
421