Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 412

¨El Misterio de Belicena Villca¨ “modelos” –eliminados sistemáticamente o auto eliminados por el miedo– para comparar nuestra “anormalidad” nos induce a temer una pérdida de la razón. Este temor a poseer dones o virtudes que nos hagan diferentes a los demás es considerado una “santa prudencia” en un mundo que glorifica la mediocridad del hombre promedio y des confía del individuo. De modo que, temeroso de las implicancias que tendría considerar esa experiencia como un fenómeno real, Yo atribuía la Voz escuchada a una proyección del inconsciente sobre la conciencia. Sin embargo el fenómeno se volvió a repetir y no una sino varias veces más con la consiguiente alarma por mi parte que temía padecer alguna especie de esquizofrenia. Pero, a poco que desechaba las dudas y meditaba serenamente no podía dejar de reconocer que este fenómeno distaba de ser peligroso y diría que incluso resultaba simpático. La razón de tal conclusión estaba en la “seguridad” que sentía ahora de que la Voz oída era totalmente ajena a mi propio ser. Por supuesto, se podrá argumentar que la “seguridad” que puede tener un hombre en la percepción de fenómenos pertenecientes a su propia esfera de conciencia es totalmente subjetiva. Y es cierto pues, en general, la “seguridad” no garantiza de ningún modo la verdad de su afirmación. Por ejemplo cuando el cazador se siente “seguro” de acertar a su presa y yerra el tiro o cuando el estudiante “seguro” de haber dado la respuesta adecuada comprueba que el Profesor lo ha calificado con un cero se puede decir que ha “fallado” la seguridad. ¿De qué depende entonces el éxito si cuando estoy “seguro” de obtenerlo puedo fracasar? Para responder se debe distinguir antes entre “seguridad subjetiva” y “seguridad objetiva”. La primera está más cerca de la imaginación y la segunda de la realidad. La seguridad subjetiva se apoya en la fe; la seguridad objetiva se apoya en la realidad. El que cree tomar una manzana con la mano y lo que realmente toma es una manzana, indudablemente dispone de seguridad objetiva. Si en cambio cree tomar una manzana y en realidad toma otra cosa, su seguridad es subjetiva. Hay pues una brecha entre la seguridad subjetiva y la seguridad objetiva, que, según los individuos, puede llegar a ser un abismo. Pero es deseable que la seguridad experimentada en lo que se haga o piense sea lo más objetiva posible. Entonces: ¿cómo se debe hacer para cerrar la brecha que separa la seguridad subjetiva de la seguridad objetiva? Salvando el caso de una predisposición natural a la realidad objetiva, la respuesta sería que la “experiencia” previa asegura mayores probabilidades de que la “seguridad” en la concreción de un acto se realice objetivamente. Si se quiere comprender mejor el tema se debe distinguir también entre la seguridad del diletante y del experto. Ante una misma prueba ambos se sienten “seguros”, pero con mayor probabilidad, sólo el experto arriba al éxito en tanto que el diletante fracasa. La “seguridad” del experto se funda en la experiencia previa; la del diletante en la fe en sí mismo; pero como todo experto en algún momento inicial debió haber sido un diletante, es posible que el diletante, si persevera, alguna vez llegue a ser un experto. De modo que la seguridad es tanto más objetiva cuanto más vaya acompañada de la experiencia. Pero si la seguridad subjetiva es traicionada por la realidad objetiva, si se fracasa, sobreviene la decepción de la derrota. Se debe concluir, entonces, que la capacidad de sobreponerse a los fracasos es un factor condicionante para capitalizar la experiencia en favor de una seguridad objetiva. La seguridad, por otra parte, es una actitud psicológica fundamental para encarar las pruebas de la vida. El que se enfrenta al desafío de una prueba debe contar por anticipado con el éxito, debe estar “seguro” de ganar y un fracaso no lo ha de desanimar como para no intentarlo de nuevo. En los casos anteriores, ni el cazador deja de cazar porque falle un tiro, ni el estudiante deja de estudiar porque lo aplacen en un examen; ambos se sobreponen y capitalizan la experiencia aumentando su seguridad objetiva, siendo más “expertos”. Considerando estos conceptos puede ahora comprenderse mi actitud ante el fenómeno de la Voz: concluía que “estando preparado psíquicamente durante varios años en un riguroso entrenamiento intelectual, la seguridad que disponía en la certeza de los juicios era bastante objetiva”. Es decir que, intelectualmente, cuando estaba “seguro” de un concepto era “seguramente” correcto. Y con esa seguridad tan objetiva en los juicios, me decía que la Voz que oía no provenía de mi inconsciente, no formaba parte de mi Yo, era ajena a mi Espíritu o era, quizás, otro Espíritu. 412