Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 409
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Hess, extraño lugarteniente de Adolf Hitler. Ese período de la Historia reciente, que va de 1933
a 1945, a mí como a la mayoría de los que nacimos luego de la guerra, se me escapaba en su
dinámica vital. Los aliados, vencedores en una guerra que es, sin exageración, la más grande
que recuerda la Historia Universal, nos presenta una imagen pueril de las naciones perdedoras
y de la Época anterior a la guerra. Los voceros de la alianza vencedora, imposibilitados moral
e intelectualmente de rebatir con argumentos tan siquiera creíbles a las Grandes Ideologías
Nacionalistas de la preguerra, recurren al irracional sistema de utilizar la mentira, la calumnia,
la desinformación, etc. Con la aviesa intención de confundir y desvalorizar el significado de las
palabras, se denomina, por ejemplo, “Fascista” a cualquier tiranuelo sudamericano, más
cercano de un capo mafioso que de un estadista genial como el “Duce”. El Fascismo, el
Nacionalsocialismo, el Tradicionalismo japonés, Sistemas completos de Filosofía Política,
aparecen en la pluma de los Publicistas de la Revancha, desprovistos de su contenido místico,
espiritual e intelectual, reducidos a burdos esquemas totalitarios, y los líderes de estos
movimientos son presentados como casos patológicos.
Por estas razones el relato de tío Kurt tenía la doble virtud de iluminarme sobre un período
oscuro de la Historia reciente, que él vivió intensamente y de permitirme verificar lo que Yo
sospechaba desde que comencé a dudar de las “virtudes espirituales” de unas “Potencias
aliadas” que han hundido al mundo en el materialismo y la decadencia. Esto es: que los
Grandes Sistemas Nacionalistas mencionados, especialmente el Nacional-socialismo,
ocultaban una corriente espiritual poderosa y secreta tras la fachada de sus respectivas
organizaciones políticas. En un trasfondo esotérico, celosamente ocultado por los feroces
vencedores, existía una luz espiritual, un fin no revelado que ahora se traslucía en el relato de
tío Kurt. ¿Qué pretendieron hacer el Führer y demás líderes del Tercer Reich? ¿Qué intentaba
realizar Rudolph Hess cuando voló a Inglaterra en Mayo de 1941? Muchas preguntas como
éstas danzaron en mi cerebro durante todo el almuerzo y me estremecía de gozo al considerar
la posibilidad de que tío Kurt tuviese las respuestas.
Por otra parte un pudoroso sentimiento de humildad me asaltaba cada vez que recordaba
cómo había llegado hasta allí, persuadido de estar embarcado en una aventura única, de ser
protagonista privilegiado en un drama cósmico. Pues lo que me había ocurrido a mí, sin
subestimar el peligro real que entrañaba, era juego de niños a la luz de la experiencia vivida
por mi tío . Y al pensar así, sentía que nuevas fuerzas acudían en mi auxilio para cumplir el
pedido de Belicena Villca.
Desde unos días atrás venía deseando abandonar el lecho de enfermo pues ya me sentía
bastante repuesto. Sin embargo algo inconsciente me bloqueaba la voluntad cuando decidía
vestirme y bajar a las plantas inferiores de la casa. Al principio no sabía que era lo que me
impedía hacerlo, pero luego fui descubriendo con estupor que simplemente me aterraba la
idea de enfrentarme con los dogos que se paseaban libremente por el parque circundante de
la casa. En más de una ocasión los había observado por la ventana y, pese a su descomunal
tamaño y fiera estampa, no parecían ser realmente agresivos. Debería aceptar sin reservas la
explicación de tío Kurt de que atacaron inducidos por él, pero una cosa es decirlo y otra
enfrentarse a esos animales luego de tan desagradable experiencia previa.
Pero esta vez estaba firmemente decidido a abandonar el lecho de enfermo. Luego de
vestirme, por primera vez en quince días, con ropa que tomé de mi equipaje, bajé lentamente
la hermosa escalera de ónix que daba al amplio living-room, desconocido hasta ese momento
para mí. No encontré a nadie a la vista y, sin muchos deseos de explorar la casa por mi
cuenta, me acomodé en un sofá –era el mismo donde yací desvanecido la primera noche–
frente a los amplios ventanales que daban al parque.
Suponía que tío Kurt todavía estaría almorzando, pero pronto salí de mi error al verlo
llegar desde el exterior de la casa. Se sorprendió y alegró al mismo tiempo de verme
levantado.
– ¡Bueno, bueno, –dijo– veo que te sientes bien!
–Sí tío Kurt, creo que ya es hora de hacer una vida normal –di una palmada al brazo
enyesado– por lo menos mientras espero que me quiten la escayola.
Sonreía, con expresión aprobadora.
–Si realmente te sientes a gusto aquí, nos quedaremos conversando toda la tarde, y luego
cenaremos en el comedor.
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