Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 384
¨El Misterio de Belicena Villca¨
– ¿Qué más podía hacer dada las circunstancias, considerando como ocurrieron los
hechos? –interrogué más para mí mismo que para tío Kurt, tratando de justificarme–. Es cierto,
todavía conservo mi trabajo, pero es que no se me había ocurrido que podía no regresar. Y en
cuanto al dinero: no soy rico y lo sabes; y realmente no sé cómo haré para conseguir lo que
necesite si esta aventura se prolonga demasiado. Lo afectivo, por otra parte, el amor a mis
familiares y amigos, supongo que no sabré hasta qué punto lo domino sino cuando sea
sometido a una prueba: ¡con el corazón nunca se sabe, tío Kurt! Sí, son justos los reproches,
pero deberás ser tú quien me oriente en este momento, pues de lo contrario no tendré más
remedio que continuar del mismo modo “ingenuo” como comencé.
Tío Kurt me contemplaba con lástima, sin dudas admirado de ver la irresponsabilidad con
que Yo tomaba las cosas. Según él, los Druidas eran feroces enemigos a los que no había que
temer pero tampoco subestimar. Yo no temía, y eso era bueno; pero parecía evidente que Yo
subestimaba al enemigo, que no advertía que podría ser destruido en cualquier momento, que
me arrojaba a desafiar a un adversario poderoso “sin estar preparado para ello”. Ignoro si mi
actitud de entonces alcanzaba tal grado de insensatez, pero tío Kurt así lo creía y eso lo
desesperaba. De allí a que se dispusiese a considerarme un soldado inexperto, un soldado en
instrucción de su ejército particular, y en lugar de sugerir y discutir conmigo lo que se debía
hacer tornase a ordenar las medidas que a su juicio habrían de tomarse sin dilación.
–Enviarás de inmediato una serie de telegramas cancelando todos tus compromisos.
Renuncia a tu trabajo, a tus estudios, a los clubes, bibliotecas o a cualquier organismo al que
estés vinculado. Despídete de quien tengas que hacerlo comunicándole que emprendes un
largo viaje: si desalientas sus expectativas de verte o despedirse, pronto te olvidarán. Si tienes
alguna propiedad nombra un apoderado, alguien a quien no conozcas y que no te conozca,
una firma de abogados por ejemplo, y ordena su liquidación. Procede del mismo modo con
todo lo que te vincule a tu antigua vida: corta todos los lazos, borra todas las huellas, suprime
todas las pistas. ¡No basta que hayas muerto para ti mismo; también debes morir para el
Mundo!
El dinero no será problema por ahora: Yo te proveeré lo suficiente para llevar a cabo esta
misión. He pasado más de treinta años reuniendo dinero y el día ha llegado de utilizarlo. Y es
tanto tuyo como mío, Neffe. (¿Sabes que había testado a nombre tuyo?). Por supuesto, mi
dinero soluciona los problemas de momento, pero no es solución definitiva: trataré, en el
futuro, de enseñarte las tácticas operativas para que siempre puedas conseguir el dinero o las
cosas que necesites. Se trata de técnicas, métodos para valerse de sí mismo, técnicas que
todo Iniciado Hiperbóreo debe saber aplicar.
Desde luego, hice todo lo que él me había ordenado. Lo fui llevando a cabo mientras duró
mi convalecencia, durante los días en que tío Kurt me narraba su extraordinaria historia. Al fin,
el día que tuvimos que partir, nada quedaba intacto en Salta, de mi vida anterior. Todo cuanto
había hecho en años de esfuerzo y trabajo, ahora estaba deshecho: tarde o temprano, el Dr.
Arturo Siegnagel sería sólo un recuerdo; y luego ni eso existiría, posibilidad que entusiasmaba
a tío Kurt. No quería pensar en la impresión que aquellas medidas habrían causado a Papá y
Mamá, a Katalina, porque se me “aflojaría el corazón” y temía que tío Kurt lo notara: frente a
él, quería aparecer más fuerte de lo que era, quería tranquilizarlo sobre mi equilibrio y valor.
Quería ponerme a su altura, a nivel de sus exigencias, porque, casi sin advertirlo, había
comenzado a admirar a tío Kurt, a valorar sus grandes aptitudes, a apreciarlo y comprenderlo.
Capítulo VI
Al día siguiente de aquel en el que terminó de leer la carta, a las 21,30 Hrs. tío Kurt se instaló
en un cómodo sillón hamaca, junto a mi cama, y luego de permanecer pensativo unos minutos
comenzó a narrarme su vida.
–Tal como te ocurre ahora a ti, una serie de “extrañas” coincidencias influyeron de manera
determinante en los primeros años de mi vida. Para apreciar con mayor perspectiva esta
aseveración, debo comenzar el relato muchos años antes de mi nacimiento, en el momento
preciso en que mi padre, el Barón Reinaldo Von Sübermann viene al mundo, es decir en el
año 1894, en la ciudad de El Cairo, Egipto. Ese mismo año, en Alejandría, a 130 km. de El
384