Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 36
¨El Misterio de Belicena Villca¨
la propiedad de la tierra, sustentado por los partidarios de los Atlantes morenos. Con otras
palabras, la tierra habitada era tierra ocupada no tierra propia; ¿ocupada a quién? al Enemigo,
a las Potencias de la Materia. La convicción de esta distinción principal bastaría para mantener
el estado de alerta porque el pueblo ocupante era así consciente de que el Enemigo intentaría
recuperar el territorio por cualquier medio: bajo la forma de los pueblos nativos aliados a los
Atlantes morenos, como otro pueblo invasor o como adversidad de las Fuerzas de la
naturaleza. Creer en la propiedad de la tierra, por el contrario, significaba bajar la guardia
frente al Enemigo, perder el estado de alerta y sucumbir ante Su Poder de Ilusión.
Comprendido y aceptado el principio de Ocupación, los pueblos nativos debían proceder,
en segundo término, a cercar el territorio ocupado o, por lo menos, a señalar su área. ¿Por
qué? porque el principio del Cerco permitía separar el territorio ocupado del territorio enemigo:
fuera del área ocupada y cercada se extendía el territorio del Enemigo. Recién entonces,
cuando se disponía de un área ocupada y cercada, se podía sembrar y hacer producir a la
tierra.
En efecto, en el modo de vida estratégico heredado de los Atlantes blancos, los pueblos
nativos estaban obligados a obrar según un orden estricto, que ningún otro principio permitía
alterar: en tercer lugar, después de la ocupación y el cercado, recién se podía practicar el
cultivo. La causa de esta rigurosidad era la capital importancia que los Atlantes blancos
atribuían al cultivo como acto capaz de liberar al Espíritu o de aumentar su esclavitud en la
Materia. La fórmula correcta era la siguiente: si un pueblo de Sangre Pura realizaba el cultivo
sobre una tierra ocupada, y no olvidaba en ningún momento al Enemigo que acechaba afuera,
entonces, dentro del cerco, sería libre para elevarse hasta el Espíritu y adquirir la Más Alta
Sabiduría. En caso contrario, si se cultivaba la tierra creyendo en su propiedad, las Potencias
de la Materia emergerían de la Tierra, se apoderarían del hombre, y lo integrarían al contexto,
convirtiéndolo en un objeto de los Dioses; en consecuencia, el Espíritu sufriría una caída en la
materia aún más atroz, acompañada de la ilusión más nociva, pues creería ser “libre” en su
propiedad cuando sólo sería una pieza del organismo creado por los Dioses. Quien cultivase la
tierra, sin ocuparla y cercarla previamente, y se sintiese su dueño o desease serlo, sería
fagocitado por el contexto regional y experimentaría la ilusión de pertenecer a él. La
propiedad implica una doble relación, recíproca e inevitable: la propiedad pertenece al
propietario tanto como éste pertenece a la propiedad; es claro: no podría haber tenencia sin
una previa pertenencia de la propiedad a apropiar. Mas, el que se sintiese pertenecer a la
tierra quedaría desguarnecido frente al Poder de Ilusión del Enemigo: no se comportaría como
extranjero en la Tierra; como el hombre espiritual que cultiva en el cerco estratégico, pues se
arraigaría y amaría a la tierra; creería en la paz y anhelaría esa ilusión; se sentiría parte de la
naturaleza y aceptaría que el todo es Obra de los Dioses; se empequeñecería en su lar y se
asombraría de la grandeza de la Creación, que lo rodea por todas partes; no concebiría jamás
una salida de la Creación: antes bien, tal idea lo sumiría en un terror sin nombre pues en ella
intuiría una herejía abominable, una insubordinación a la Voluntad del Creador que podría
acarrearle castigos imprevisibles; se sometería al Destino, a la Voluntad de los Dioses que lo
deciden, y les rendiría Culto para ganar su favor o para aplacar sus iras; sería ablandado por
el miedo y no tendría fuerzas, no ya para oponerse a los Dioses, ni siquiera para luchar contra
la parte animal y anímica de sí mismo, sino tampoco para que el Espíritu la dominase y se
transformase en el Señor de Sí Mismo; en fin, creería en la propiedad de la tierra pero
pertenecería a la Tierra, y cumpliría al pie de la letra con lo señalado por la Estrategia
Enemiga.
El principio de la Muralla era la aplicación fáctica del principio del Cerco, su proyección
real. De acuerdo con la Sabiduría Lítica de los Atlantes blancos, existían muchos Mundos en
los que el Espíritu estaba prisionero y en cada uno de ellos el principio de la Muralla exigía
diferente concreción: en el mundo físico, su aplicación correcta conducía a la Muralla de
Piedra, la más efectiva valla estratégica contra cualquier presión del Enemigo. Por eso los
pueblos nativos que iban a cumplir la misión, y participaban del Pacto de Sangre, eran
instruidos por los Atlantes blancos en la construcción de murallas de piedra como ingrediente
fundamental de su modo de vida: todos quienes ocupasen y cercasen la tierra para practicar el
cultivo, con el fin de sostener el sitio de una obra de los Atlantes blancos, tenían también que
levantar murallas de piedra. Pero la erección de las murallas no dependía sólo de las
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