Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 351
¨El Misterio de Belicena Villca¨
explicaría suponiendo que la verdadera vida espiritual continuaba en el ámbito del rapto, del
que jamás salí ni saldría, es decir, en el Infinito, y que esta aparente vida, vivida al “término” de
lo que no puede terminar, era en efecto una forma de muerte, una ilusión espiritual inexistente
pero inevitable. Quizás, en efecto, estaba realmente muerto y por tal condición no temía ya a
nada vivo; y mucho menos a la Muerte. Quizás todo fuese producto de aquella misteriosa
semilla que la Virgen de Agartha soltase en el Ojo de Fuego del Espíritu. Yo, aún, no podía
saberlo. Pero lo cierto, lo concreto, era que había recibido la ayuda espiritual solicitada, que,
muerto o renacido, me sentía alegre y valeroso, que no temía a la Muerte ni temía matar, y que
sentía que, extrañamente, mi Yo participaba del Infinito actual : sí, inequívocamente, me
sentía indeterminado por el lado del Yo; todo cuanto contenía el Universo, incluida mi propia
vida biológica, y el Universo mismo, eran limitados y perecederos: éste era el lado finito de mi
ser, la Ilusión; mas ahora sabía con certeza que, en el Yo, se abría un abismo interminable:
éste era el lado Infinito de mi ser, la Verdad.
Tal vez se comprenda en parte lo que entonces experimentaba recurriendo a una
metáfora.
Imagínese a una persona acostumbrada a vivir en un bello bosque solitario. Los días
transcurren allí suavemente, sin demasiadas sorpresas, y, si bien la lucha por la vida impone
un permanente alerta, esta misma persistencia hace que la atención se mantenga dentro de
niveles constantes y, al fin, rutinarios.
Se diría que este hombre “domina la situación” de su vida cotidiana. Cerca de allí, sereno
y manso, el lago ofrece el placer esporádico de un baño refrescante y reparador. Pero el lago
no es un lugar seguro en el cual se pueda permanecer por mucho tiempo, como el bosque.
El agua no tiene la firmeza de la tierra y para sustentarse en ella es necesario disponer de
un cierto control, de una cierta atención extra, exigencia que al final termina por cansar al
hombre. Por eso las visitas al lago se regulan por la necesidad de pescar o el placer del baño.
Un día este hombre, por error o audacia, genera una circunstancia que escapa a su control: el
fuego, que le había ayudado a vivir hasta entonces, escapa al bosque, furioso y destructor. El
hombre se queda estático o lucha por sofocarlo o blasfema desesperado; cualquier actitud da
lo mismo; nada puede evitar la catástrofe pues el fuego ha superado su control, le ha
sobrepasado. Las llamas se propagan por doquier consumiéndolo todo y se hace
imprescindible buscar la salvación; pero ¿a dónde ir? ¿Dónde está la seguridad? De pronto,
como un rayo, surge la luz: el lago.
Una ironía; el sitio donde nunca se le hubiera ocurrido buscar refugio, es ahora el único
que ofrece posibilidad de sobrevivir al cambio brutal del mundo cotidiano, que se desvanece
consumido por la hoguera voraz y asesina.
Corre; corre el hombre desesperado hacia el lago salvador. Atrás de él, un monstruo
ardiente e implacable parece perseguirlo de cerca, crujiendo los dientes, rugiendo y arrojando
bocanadas sofocantes.
Pero no es posible volverse a mirar, no habría otra oportunidad. Sólo queda ganar el lago,
que nunca pareció quedar tan lejos como ahora. Finalmente, visión paradisíaca, gozo
indescriptible, aparición mística, el lago emerge en su horizonte.
Fantásticamente calmo, es, para el que huye por milímetros a la muerte, un oasis de paz.
Se arroja el hombre a las aguas protectoras y nada muchas brazadas, intuitivamente hacia el
centro. Recién puede darse vuelta, momentáneamente, cuando está seguro entre las frescas
aguas, y puede así mirar hacia su, hasta poco tiempo atrás, también seguro Mundo.
Considerando las analogías que ofrece esta metáfora con los sucesos que he narrado
anteriormente, podrá comprenderse cual era mi estado espiritual. Como el hombre del
ejemplo, al ver el bosque arder y transformarse desapareciendo por momentos entre el humo,
lo que constituía su Mundo y su seguridad, así Yo también vi disolverse la realidad confiable y
cotidiana en un fuego de maldad inconfundible.
Como el hombre de la metáfora que se sentía extrañamente seguro en las aguas del lago,
hasta ayer volubles e ignotas, también Yo estaba ahora seguro y firme en las hasta ayer
desconocidas aguas del Espíritu.
El hombre del bosque, mientras flotaba a salvo, miraba el mundo consumirse y pensaba: –
he nacido de nuevo. También Yo me sentía renacido en el confín del Alma y sólo por este
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