Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 346

¨El Misterio de Belicena Villca¨ hostilidad hacia este Mundo, hacia la Cultura judaica que hoy predomina en este Mundo, no sería extraño el resultado de mis reflexiones. Por el contrario, sería más bien lógico que estando la Fraternidad Blanca a punto de realizar la Sinarquía Universal, como en el siglo XIII, no existiese sino organización de Iniciados en la Sabiduría Hiperbórea. Sí: del mismo modo que en el siglo XIII el Circulus Domini Canis se opuso a los planes de la Fraternidad Blanca, quizás ahora existiese únicamente la Orden de Constructores Sabios del Señor de la Orientación Absoluta. –Entonces, –me decía desolado, sintiendo que una angustia, muy parecida al terror, ascendía desde el estómago hasta la garganta– entonces no debo esperar ninguna ayuda concreta para cumplir mi misión. ¡Estoy librado a mis propias fuerzas! –Me costaba aceptar esto. La misión propuesta por Belicena era claramente una tarea que requería el desempeño de un hombre superior, de alguien dotado con mucho más de lo que Yo contaba en ese momento. Si de algo estaba seguro empero era que la ayuda espiritual sería imprescindible para cumplir la misión. Pero la ayuda, según mis recientes conclusiones no debía esperarla de las organizaciones humanas: no podía haber intermediarios entre lo espiritual y Yo. Era evidente pues, que la ayuda espiritual tendría que manifestarse directamente en mi interior; que Dios, o los “Dioses Liberadores”, o mi propio Espíritu, Eterno, Increado, Infinito, si respondían a la solicitud de auxilio, tendrían que hacerlo en lo más profundo de mi intimidad psíquica. Desde hacía rato sentía una especie de ahogo, una opresión en el pecho a la que no daba mucha importancia, pues la atribuía al tórrido Febrero. Esta presunción pronto se desvaneció, pues las noches de Salta suelen ser bastantes frescas, aún en verano, y ésa no era la excepción. Lo noté de inmediato cuando abrí la ventana: vi el parque tenuemente iluminado por el crepúsculo de las 4 horas, al tiempo que una brisa fría me obligó a cerrar el postigo. Parado junto a la ventana, extrañamente sofocado por una angustia desconocida, pensé torpemente que en unos minutos más amanecería. Una sensación de soledad cósmica me había embargado poco a poco, sin notarlo, y al fin logró calar hasta el fondo de mi Alma. Por un instante pensé que el análisis anterior me había aislado solipsisticamente del Mundo; o, en otras palabras, que la polarización maniquea a que sometí las organizaciones humanas, había continuado inconscientemente saltando de categorías hasta un enfrentamiento: Yo y el Mundo. Esto podría darse por mi instintivo rechazo de lo material. Pero no era así pues al pensar en mis amigos, mi familia, los seres que admiro, intuí enseguida la potencia espiritual en ellos. Y la conocida sensación de alegría que me inspira lo espiritual, hizo vibrar mi cuerpo. Sí; era capaz de intuir el Espíritu en algunos seres y por lo tanto no estaba realmente solo. La desgarradora soledad que sentía ahora –pensé velozmente– no era producto de una desviación patológica como la que suelen padecer en sus melancolías los solipsistas egoístas. Esta era una sensación totalmente distinta. Lacerante y dolorosamente aguda podía traducirse en una palabra: abandono. Me sentía solo y cósmicamente abandonado, pero en esa sensación de abandono, compenetrada, había una segunda sensación, más sutil pero menos dolorosa: era como un reproche mudo que vibraba en el fondo de mi Alma, pero a una profundidad inimaginable. Era el reproche de un Dios que se transmitía a través de un espacio sin dimensiones y que parecía llorar por una pérdida; una amputación metafísica de Su Substancia que era sufrida como sólo Él es capaz de sufrir. Y esa pérdida que reprochaba el Dios, era Yo mismo... Yo que lo traicionaba, que cometía una herejía condenada y abominable. Me sentía solo y cósmicamente abandonado, repito, pero en un grado tan intenso que por un instante creí morir. Debe comprenderse que todo esto ocurrió muy rápido, quizás en unos minutos o segundos. Y lo más probable es que hubiese realmente muerto –esto lo comprendí mucho después– de haberme dejado ganar totalmente por ese extraño estado anímico. Si no ocurrió así fue porque remotamente, en las fronteras ya de la conciencia que me abandonaba rápidamente, tuve una certera intuición: ¡esa emoción que me estaba matando era externa a mi propio ser! 346