Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 301
¨El Misterio de Belicena Villca¨
lo era y los Golen no tardaron en iniciar una campaña de agitación para forzar la conversión en
masa de los vikingos y obligar a su Rey a entregar “los instrumentos del Culto pagano”, entre
ellos la Corona con la Piedra de Venus. Sin embargo, nada consiguieron en vida de Enrique I.
Muerto el Rey en el año 936, le sucede su hijo Otón, quien, a pesar de descender del
legendario V i t i k i n d por parte de su madre Matilde, tenía el cerebro lavado por obra de sus
instructores Golen benedictinos. Otón I deseaba en un todo imitar a Carlomagno y comienza
por hacerse coronar Rey en Aquisgrán, por el Arzobispo de Maguncia, a lo que seguirían luego
varias expediciones a Italia para conocer a los Papas, y su investidura imperial en Roma, en el
962. La fortísima liga entre la Iglesia alemana y el Imperio, que durará hasta el exterminio de
los Hohenstaufen en 1250, puede afirmarse que comienza con las extraordinarias concesiones
de Otón I. Es comprensible, pues, que con semejante Emperador la suerte del pequeño Reino
de Skioldland estuviese echada. En el 965, las intrigas de los Golen surten efecto y una
expedición marcha sobre el Schleswig: la componen tropas imperiales al mando del General
Zähringer y llevan la misión de convertir al Reino pagano al cristianismo o destruirlo, y, de
cualquier modo, secuestrar la Corona real. Esta vez no hay salvación para los vikingos y es así
que su Rey, Kollman, les propone abandonar ese país que pronto caerá en poder de los
Demonios: – ¡Odín guió a nuestros abuelos y les entregó estas tierras; y Él nos manda ahora
partir hacia otro Reino allende los mares!
El setenta por ciento de la población aceptó la oferta y se hizo a la vela en 220 drakares,
pero quienes se quedaron fueron pasados a cuchillo por los enfurecidos evangelizadores. La
numerosa flota cruzó el Mar Tenebroso y llegó hasta el Golfo de México. Allí, florecía la
civilización de los toltecas, quienes recibieron a los vikingos como “hijos de los Dioses”, es
decir, como descendientes de los Atlantes blancos.
La Casa de Skiold era tan antigua como la de Tharsis. Pero en la misión familiar ambas
Estirpes diferían notablemente: en lugar de un Fuego Frío en el Corazón, los Señores de
Skiold debían profundizar en el secreto de la Agricultura Mágica hasta dar con la esencia del
cereal; incorporada en la Sangre Pura, aquella esencia causaría la precipitación de una
Semilla de Piedra en el Corazón de los Iniciados. Los Atlantes blancos les habían aconsejado
que formasen un cuerpo permanente de Noyos y Vrayas, cuya tarea sería contemplar la
Piedra de Venus y aguardar que en ella se presentase “la Señal Lítica del Valhala”: cuando
ello ocurriese, sería el momento de viajar a la Morada de los Dioses. Y la Señal había
aparecido, pocos días antes del ataque a Skioldland. En la Piedra de Venus, una Vraya
consiguió ver un paisaje megalítico a orillas de un enorme lago: aquel lugar, decían los Dioses
Leales, se hallaba más allá del Mar Tenebroso; pero hacia allí debían ir, pues un Gran Imperio
sería de la Casa de Skiold por Voluntad de los Dioses. Y fue por eso que se hicieron a la mar
en los 220 drakares. En síntesis, la Casa de Skiold constituía una familia de Iniciados
Hiperbóreos, y no debe extrañar que al partir, tanto el Rey Kollman, como su Reina y
numerosos Noyos y Vrayas, fuesen Hombres de Piedra.
A pesar de haberse impuesto sin problemas a los toltecas y de contribuir profundamente a
mejorar su civilización, diez años después el pueblo de Kollman continuó viaje hacia el Sur,
quedándose con los toltecas aquellos que habían cometido el “pecado racial” de aparearse
con ellos. Navegarían hasta Venezuela. Marcharían luego en dirección al Oeste, atravesando
Venezuela, Colombia y Ecuador, y llegarían hasta Quito, desde donde navegarían nuevamente
con rumbo al Sur. Desembarcarían en Tacna, y subirían las montañas del Este, hasta ganar la
meseta de Tiahuanaco y el lago Titicaca. Era ése el lugar que indicaba la Piedra de Venus.
En Tiahuanaco los skioldanos encontraron una ciclópea ciudad de piedra a medio
construir, una especie de obrador de los Atlantes blancos. Junto a las ruinas, edificaron una
población que sería cabeza de un Imperio. Y en la Isla del Sol, levantaron un Templo a la
Deidad local, ya que ellos mismos se habían presentado a los collas, aimaraes y otros indios,
como “Hijos del Sol”. El Imperio vikingo de Tiahuanaco prosperó y se expandió hasta el siglo
XIV, hasta que se desató la segunda parte del drama racial de la Casa de Skiold. En aquel
siglo, en efecto, los skioldanos, a quienes ya se denominaba “Atumurunas” por su piel blanca y
su predilección por la Luna Fría, habían dominado a todos los pueblos de indios que habitaban
en las cercanías. Uno solo se resistía, y no por sus propios méritos sino porque los
Atumurunas dudaban entre saberlos libres y lejos, o someterlos a vasallaje y tener que tratar
con ellos. Ese pueblo era el de los Diaguitas, y la aprehensión de los vikingos procedía de un
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