Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 299
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Templos. El Atumuruna les hizo indicaciones para que lo siguieran y tomó por el pasillo, desde
el cual partían de a trechos unas escaleras talladas en la roca para descender al poblado.
El pasillo dio una curva abierta y los situó adelante de un edificio que quizá fuese el mayor
de la ciudad: una amplia escalera, flanqueada por dos tigres de piedra, permitía llegar hasta él.
En la puerta los aguardaban un grupo de hombres de diversas edades, pero de vestimenta y
Raza semejante al anciano Atumuruna. Todos demostraban una intensa alegría por la
presencia de los Señores de Tharsis, y algunos, sin poderse contener, se adelantaban y les
estrechaban el antebrazo, en una especie de saludo romano. Allí se retiraron los Amautas del
Bonete Negro y los Atumurunas los hicieron pasar al Palacio, a una sala semicircular con
gradas que daba toda la impresión de constituir un anfiteatro o un foro. Los Hombres de Piedra
debieron acomodarse en torno a una mesa central con forma de media luna, en tanto que una
docena de Atumurunas se distribuían en los peldaños.
Un anciano Atumuruna, al que llamaban Tatainga y que era muchísimo más viejo que
quien los guiara hasta allí, tomó la palabra y se dirigió hacia los Señores de Tharsis:
–Sé que hay uno de vosotros que comprende nuestra lengua sagrada. Eso me halaga
enormemente. Nosotros, en cambio, no conocemos la vuestra y habréis de disculparnos por
ello. Empero, sabemos sí de dónde provenís: del mismo Mundo del que vinieron nuestros
Antepasados, hace ya más de seiscientos años.
Asintió Lito de Tharsis, con un gesto, y Tatainga continuó:
–Ahora, Huancaquillis blancos, ¿nos haréis la Gracia de mostrarnos la Piedra de la
Estrella Verde?
Extrajo, Lito, la Espada Sabia de su vaina y, quitando la cinta, expuso la Piedra de Venus
a la contemplación de los Atumurunas. Un murmullo de aprobación acompañó la exhibición,
pero Tatainga se aproximó para examinarla de cerca. Se volvió luego e hizo una seña a unas
bellas Iniciadas que guardaban la puerta; éstas salieron y regresaron al instante trayendo una
base cuadrada sobre la que descansaba un objeto, al que no se podía ver por estar cubierto
por una tela blanca con guarda de esvásticas negras. Las Iniciadas depositaron su carga con
gran delicadeza sobre la mesa media lunada y se retiraron a sus puestos. El anciano
Atumuruna quitó, entonces, la tela y los Hombres de Piedra pudieron observar, en el colmo del
asombro, una corona germánica de hierro, en la que estaba engarzada una Piedra de
Venus exactamente igual a la de la Espada Sabia.
– ¡Esta es la Corona del Rey Kollman! –afirmó Tatainga con voz respetuosa.
Quincuagesimonoveno Día
La historia del pueblo de los Atumurunas era notablemente parecida a la de la Casa de
Tharsis. El anciano Tatainga se la refirió a los Hombres de Piedra con mucho detalle; pero Yo,
Dr. Siegnagel, trataré de resumirla aquí con pocas palabras.
Los antepasados de los Atumurunas, y la lengua que aquellos hablaban, procedían de la
región de Schleswig, en el Sur de Dinamarca. En el siglo X existía allí el Reino de Skioldland,
que tenía ocho siglos de antigüedad y había resistido a las huestes cristianizadoras de
Carlomagno ciento cincuenta años antes. Su población, de Sangre Pura, conservaba la
religión de Odín, o Navután, y había logrado preservar la Piedra de Venus, herencia de los
Atlantes blancos. Por tales “herejías”, los Golen habían decretado la pena de exterminio para
toda la Casa real. Contrariamente a los Señores de Tharsis, los bravos vikingos no ocultaron la
Piedra de Venus, sino que la engarzaron en la Corona de sus Reyes, situación que los
obligaba, cuando menos, a exhibirla en cada ceremonia de coronación de Rey, o a presentar
la Corona frente a cada nuevo Señor Territorial con el cual estaban enfeudados. No obstante
tal comportamiento imprudente, los skioldanos consiguieron mantenerse libres hasta los
tiempos del Rey de Alemania Enrique I, el Pajarero. En el siglo X, este Rey, que era también
Iniciado Hiperbóreo, derrotó al Rey de Dinamarca, Germondo, y conquistó el Schleswig; según
su costumbre, estableció una marca fronteriza en la región y para tal fin nombró Margrave al
Rey de Skioldland, sin importarle si sus súbditos eran o no cristianos. Pero el Reino alemán sí
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