Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 298
¨El Misterio de Belicena Villca¨
El anciano era uno de los Atumurunas, a los que las frases en quechua, pronunciadas por
Lito de Tharsis habían invocado. Más ¿quiénes eran los Atumurunas? Según respondió el
anciano, que luego del recibimiento narrado se tornó tan parco y lacónico como los Amautas,
los Atumurunas pertenecían a una Familia: eran miembros de la Casa “Inga Kollman”;
“Inga”, quería decir “descendiente”, vale decir, que los Atumurunas eran los
“descendientes” de Kollman.
Eso era comprensible, explicó Lito a los Hombres de Piedra, pues la partícula “ing”
significa descendiente en las lenguas germánicas, como en Merovingio o Carolingio; pero ¿y
quién era Kollman? El anciano se negaba a responder alegando que sus parientes se lo
explicarían “cuando llegasen a Koaty, la Isla de la Luna”. ¿Dónde quedaba la “Isla de la
Luna”?: “en el lago Titicaca, al que llegarían tras una semana de marcha”. “El sendero lateral
que conduce desde el Camino de los Dioses hasta Cuzco hacía días que lo habían dejado
atrás; ahora se encontraban en una región todavía no explorada por los españoles; pero había
que apurarse pues los ‘ingas’ tenían noticias de que se preparaba una expedición hacia el
Sur; los Huancaquilli blancos llegaron justo a último momento, cuando los Atumurunas ya
desesperaban de que se cumpliese la advertencia de los Dioses”. Y nada más que esto se le
podía sacar al anciano Atumuruna.
Siete días después divisaban una colosal fortaleza de piedra en lo que debía ser el
extremo Sur del Camino de los Dioses. El Camino, en efecto, terminaba frente a la fortaleza, y
ésta, cuyas murallas tenían forma de media luna, se recortaba contra una montaña de inaudita
altura. Sin embargo el Camino no estaba totalmente interrumpido: una salida secreta, sólo apta
para Iniciados Hiperbóreos, permitía atravesar el obstáculo. Pernoctaron allí y fueron
persuadidos por el anciano para que dejasen los animales y equipaje, ya que no podrían
transportarlo a la Isla. Al día siguiente pasaron por la salida secreta, previa libación del
misterioso brebaje por parte de los cuatro catalanes y los cincuenta guerreros que ahora los
acompañaban: los Señores de Tharsis, en cambio, sólo tenían que situarse frente a la Piedra y
escuchar las Vrunas de Navután en la Lengua de los Pájaros; ellas les indicaban qué
movimientos estratégicos deberían hacer para aproximarse correctamente a la salida
secreta y traspasar el Velo de la Ilusión. Del otro lado de la montaña se encontraron a sólo
cinco leguas de la orilla del lago, en dirección al puerto de Carabuco. Corría entonces junio de
1535.
Embarcar en las piraguas de totora constituyó una experiencia original para los españoles,
aunque los desconfiados catalanes temían irse a pique en cualquier momento. Sin embargo,
seis horas después recalaban sin problemas en la Isla de la Luna. Bajaron sobre una pequeña
playa, de no más de diez pies de Castilla de ancho, bordeada por un prominente barranco de
200 varas de altura: un angosto y visible camino en zigzag permitía subir hasta la cumbre del
despeñadero, desde donde se extendía la superficie habitable de la Isla. De acuerdo a las
explicaciones de los Amautas, sobre la Isla Koaty existía un poblado fortificado y un Templo.
Pero ellos no iban a la superficie.
Cuando todos hubieron descendido en la playa, el Atumuruna les reveló que habrían de
atravesar otra entrada secreta, que se hallaba allí mismo en la pared del barranco.
Nuevamente, los Hombres de Piedra localizaron las Vrunas y los catalanes tuvieron que ser
drogados. Más allá de la Ilusión del Barranco, había un penumbroso túnel, revestido
íntegramente de bloques de piedra, que declinaba en rampa y se hundía en las entrañas de la
Isla. Durante veinte minutos continuaron bajando, hasta que el túnel se estabilizó y los condujo
al umbral de una puerta custodiada por dos Amautas del Bonete Negro: al ver a los recién
llegados, uno de ellos golpeó un enorme gong de plata con una maza que portaba entre sus
manos. Un espectáculo inusitado se ofreció de pronto ante la azorada mirada de los
españoles. Comprendieron así, que se hallaban frente a una caverna de titánicas dimensiones,
tan grande que todo un poblado cabía en ella: y el sonido del gong había alertado a todos los
pobladores, que ahora salían masivamente de las viviendas para observarlos con curiosidad.
Casi todos, notaron los Señores de Tharsis, pertenecían a la misma Raza mestiza de los
Amautas. La salida del túnel daba a un pasillo elevado desde el cual se dominaba gran parte
de la caverna, la que no estaba mejor iluminada que el corredor anterior: bajo sus pies se
desplazaban cientos de modestas casas de piedra, separadas por calles y plazas,
distinguiéndose de tanto en tanto unos edificios más grandes, que debían ser Palacios y
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