Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 278
¨El Misterio de Belicena Villca¨
siempre tildados de “derrotados”. Y por eso el Gran Ser que ilumina el Sendero Interior de los
hombres, Kristos Lúcifer, es llamado el Dios de los Perdedores: porque todos sus seguidores
siempre “pierden” durante el Kaly Yuga.
Yacía pues Nimrod, el Derrotado, muerto en Chang Shambalá. Sus bravos Kassitas
habían sido completamente exterminados en una vasta área de la Ciudad Maldita, hasta
donde los condujo su furor guerrero. A la luz reverberante de los últimos fuegos podía
observarse el osario espantoso en que se tornaron los Templos y los patios. El primer Palacio,
llamado “Mansión de los Manúes”, adonde se depositaban los anales de las Razas Raíces y
que era utilizado por los Maestros de Sabiduría para entrenar a sus enviados, fue reducido a
cenizas. Un enorme Monasterio y varios templetes dedicados a “divinidades menores”,
siempre destinados a entrenar “enviados” o sea a engañarlos tácticamente, también sufrieron
los efectos del fuego. Comparado con estas importantes pérdidas, la resistencia ofrecida por
los Demonios había sido mínima. Sólo arriesgaron su pellejo el vil Kokabiel y el Maestro Chino
que empleó el Dordje, limitándose a enviar contra los guerreros Kassitas legiones de gigantes
Hiwa Anakim y de enanos Sheidim. Como se diría ahora, utilizaron una “masa táctica” compuesta
de “robots” o “androides”. Es que ellos no pueden arriesgar sus vidas pues son muy
pocos. Hace millones de años eran doscientos. Nimrod liquidó a uno… Seguramente cueste
creer que tan pocos sean capaces de tanto. Pero debe pensarse que Ellos poseen el “apoyo”
de miles de “Maestros”, o sea de “Iniciados” animales hombres, Almas de grado evolutivo
superior, y cuentan con el dominio estratégico de la conciencia planetaria.
Aquel “medio día” interminable permaneció inalterado durante toda la Batalla de Nimrod y
se puede considerar su extensión aproximada como de unas doce horas. En el momento en
que el Rey Kassita expiraba y se extinguía el combate en Chang Shambalá, el último prodigio
sacudía a Borsippa. Habían ya subido al Cielo todos los guerreros disponibles, más de cuatro
mil, incluyendo algunos visitantes, y la ciudad presentaba entonces un extraño aspecto. Con
esa muchedumbre compuesta mayormente por mujeres y niños que no cesaba de gritar,
superponiéndose sus protestas a un fondo de música guerrera tañida por la Iniciadas cainitas.
Y esa torre imponente, erguida hasta el Cielo en abierto desafío. Y ese árbol espino en su
cúspide, ese árbol rosáceo que simboliza la sublimación de la materia por parte de Él y su
encaje en las Jerarquías Cósmicas cuyo supremo regente es aquel que se autodenomina
“Uno”. Y ese medio día interminable, sin la imagen de Shamash... ¡Verdad que Borsippa
presentaba un raro aspecto en ese, su último día!
Ya no había esclavos en Borsippa; el linaje de Yah, la sangre de Abram, los pastores
habiro, serían salvados. Pero tampoco había cobardes para huir cuando la lenteja plateada
apareció en el cielo. Todos quedaron mudos de asombro mientras el gran ojo de plata
emergía de una sospechosa nube. Y todos murieron en sus puestos cuando el rayo atómico
dio de lleno en la Torre de Nimrod. El calor desarrollado fue tan tremendo que la arena se
fundía y chorreaba como el agua. Un huracán mortal, un círculo expansivo de fuego, partió de
Borsippa matando a cualquier ser viviente en diez millas a la redonda.
Se empleó otra de las armas tácticas atlantes dando así cumplimiento al ruego que Enlil y
Shamash hicieran al Perro del Cielo, Sirio-Sión, y que la Princesa Isa presenciara. Y una vez
consumado el ataque, la lentícula de plata desapareció de toda vista física para retornar al
centro de donde había sido proyectada, en Chang Shambalá.
Al disiparse el humo sólo se sostenía en pie la séptima parte de la Torre de Nimrod;
Shamash continuaba su viaje hacia el Occidente y el árbol espino y la Puerta del Cielo ya no
existían. La pesadilla había terminado: el Umbral estaba a salvo para continuar prestando sus
servicios a las iniciaciones sinárquicas y los Hijos del Sol de Medianoche habían fracasado
nuevamente.
Sólo quedaría el recuerdo racial de la gran hazaña de Nimrod y los restos calcinados de
su Torre, tal como pueden verse aún hoy en la Torre de Borsippa, con la arena vitrificada por
el calor nuclear adherida todavía, tras los milenios, a sus muros. Y también perdurarían las
calumnias inventadas por los pastores habiros y recogidas por la tradición árabe y judía. En el
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