Son imágenes que amaría un Gaston Bachelard: móviles, pristinas, capaces de irradiación. El lenguaje, por su parte, está invadido de profundos ritmos, asociaciones subliminales, parentescos lingüisticos, y de un sentido musical espontáneo que aligera esta excelente prosa narrativa. Muchas veces me he quejado yo de otras prosas "contaminadas" de poesía, poeticoides, imprecisas; la de M. L. Bombal, en cambio, está vivificada por la poesía, sin perder un ápice de su índole narrativa.
La revelación central de esta novela es la esencia de la femineidad en torno al fenómeno del amor: esencia que se manifiesta con una pureza y concentración que a menudo no consiguen los tratados más clásicos sobre el tema. El misterio femenino, su fisiognómica -expresión corporal del enigma de la mujer en sus formas y gestos-, sus ánimos tornadizos, su confusión íntima, su emotividad como centro de la persona, se nos revelan espléndidamente en este sueño enamorado. Ninguna mujer real coincide con la femineidad pura; todas tienen un algo viril. Nuestro personaje, en cambio, es la femineidad. De allí su carácter trágico, su amor imposible, su fracaso. Y también su belleza irreal.