¿Queremos que la ciencia cause tal nivel de frustraión? ¿Por qué tenemos que obligarlos a aprender? Nuestro sistema es terrible y lo sabemos, pero no sabemos específicamente por qué, y todos se culpan entre todos: los padres a los “malos maestros” que no saben enseñarle a su hijo; los maestros a los alumnos apáticos y a los padres que malcrían a sus hijos; los alumnos a los maestros de clases indescifrables y aburridas, y así se crea un círculo vicioso que ha logrado estropear generaciones.
Ahí es donde debemos comprender que el aprendizaje se basa en la curiosidad: las ciencias y todo lo que nos rodea es resultado de las preguntas que buscan respuesta. El hombre busca la razón de ser de las cosas, tiene interés por lo que sucede en su entorno, cómo y por qué sucede. Es la curiosidad lo que debemos transmitir a las siguientes generaciones, lo que debemos enseñar en las escuelas. Debemos aprender a ser curiosos: a hacernos preguntas y buscar la respuesta a los problemas, y tenemos que enseñar a usar las matemáticas para resolverlos: de dónde salió el teorema de Pitágoras, cuándo usamos despejes en la vida diaria. Después de todo, fue para eso que crearon las matemáticas.
Las matemáticas no son graciosas, tal vez no divertidas, pero sí pueden ser interesantes, como cualquier otra ciencia. El odio a las matemáticas no es sino consecuencia de un modelo de aprendizaje obsoleto, y aún podemos repararlo. Dejemos de pedirles a los estudiantes perfectas calificaciones, perfectos exámenes, y comencemos a pedirles que dejen la idea de que es una materia frustrante y odiosa; comencemos a enseñarles sus aplicaciones y su desarrollo, el por qué de las cosas, y dejemos que comiencen a desarrollar su curiosidad, como jóvenes humanos.