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una paleofantasía hecha realidad
El taller fue en la Wits, en una sala sin ventanas y con las paredes ocupadas por estanterias de cristal llenas de fósiles y moldes de escayola. Los equipos de trabajo se dividieron por partes anatómicas. Los especialistas en cráneas se agrupaban en una esquina de la sala, en torno a una gran mesa cuadrada cubierta de fragmentos de cráneos y maxilares, y de moldes de otros cráneos fósiles conocidos. Las mesas más pequeñas se reservaron para el estudio de manos, pies, huesos largos y otros restos. La temperatura era fresca y el ambiente silencioso. Los jóvenes científicos trabajaban con los huesos y los calibradores, mientras Bergery sus asesores circulaban entre ellos, comentando en voz baja lo que veían. La pila de fósiles de Delezene se componía de 190 dientes, una parte crucial del análisis, ya que con frecuencia las piezas dentales son suficientes para identificar una especie. Pero esos dientes eran diferentes de todo lo que los científicos de aquella mesa habían visto hasta ese momento. Algunos rasgos eran asombrosamente humanos.
Las coronas de los molares, por ejemplo, eran pequeñas y con cinco cúspides, como las nuestras. Pero las raíces de los premolares eran extrañamente primitivas. «No sabemos muy bien qué pensar -dijo Delezene-. Es una locura.» El mismo patrón «esquizoide» se manifestaba en las otras mesas. Una mano del todo moderna presentaba unos dedos absurdamente curvados, propios de una criatura arborícola.