Habia huesos por todas partes, desperdigados por la superficie.
Elliott y dos de sus colegas, Becca Peixotto y Hannah Morris, descendieron hasta la «zona de aterrizaje», en el fondo de la cavidad, y luego se arrastraron hasta la cámara de los fósiles.
Trabajando por turnos de dos horas con otro grupo de tres mujeres, marcaron la localización y recogieron más de 400 fosiles de la superficie, y a continuación empezaron a retirar la tierra en torno al cráneo medio sepultado. Debajo y alrededor había más huesos, densamente agrupados.
A lo largo de los días siguientes las mujeres siguieron estudiando aquel trozo de suelo de un metro cuadrado de superficie, mientras el resto de los científicos se congregaba delante de la pantalla en el centro de mando, en un estado de excitación casi permanente.
Berger visitaba de vez en cuando la tienda de campaña cientifica y allí se quedaba, contemplando perplejo la creciente colección de huesos, hasta que una exclamación colectiva de asombro lo hacía volver corriendo al centro de mando, para ser testigo de un nuevo descubrimiento. Fueron unos días gloriosos.
Los huesos estaban magníficamente conservados, y por la duplicación de las partes corporales, pronto se hizo evidente que no había un esqueleto en la cueva, sino dos, después tres, más tarde cinco... y finalmente fueron tantos que empezó a ser dificil llevar la cuenta. Berger había previsto tres semanas de excavación.
Al final de ese plazo se habian recuperado unos 1.200 huesos, más que los hallados en cualquier otro yacimiento de antepasados humanos en África, y todavía no se había agotado el material que había alrededor del cráneo. Hubo que excavar varios días más, en marzo de 2014, para dejarde encontrar huesos, a 15 centímetros de profundidad.
Los espeleólogos vieron un trozo de maxilar inferior con los dientes intactos.
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