En otro sentido tampoco lo era Berger, en opinión de algunos decanos de la paleoantropologia.) Desde entonces, prominentes investigadores han publicado trabajos sobre las especies primitivas de Homo, sin mencionar siquiera a Berger ni sus hallazgos.
Berger se repuso del rechazo y volvió al trabajo, ya que en su laboratorio tenía más esqueletos procedentes de Malapa, incrustados aún en la roca. Una noche, Pedro Boshoff, espeleólogo y geólogo que Berger había contratado para buscar fósiles, llamó a su puerta. Venía con Steven Tucker.
Cuando Berger vio las fotografías que traían de Rising Star, comprendió enseguida un contorsionado descenso por el estrecho pozo de 12 metros de la cueva Rising Star, Tucker y Hunter habían llegado a otra bonita cámara, con una colada esta lagmítica blanca en una esquina.
Un pasadizo conducía a otra cavidad más grande, de unos nueve metros de largo por un metro de ancho, con las paredes y el techo cubiertos de caprichosas formaciones de calcita y enrevesadas coladas.
Pero lo que llamó la atención de los dos hombres estaba en el suelo. Había huesos por todas partes.
Los espeleólogos supusieron que debían de ser modernos. No eran pesados como piedras, como la mayoria de los fósiles, ni estaban incrustados en la roca, sino que yacían desperdigados por la superficie como si alguien los hubiera tirado.
Había en parcular un trozo de maxilar inferior con los dientes intactos, de aspecto humano. Por las fotografias, Berger se dio cuenta de que no eran huesos de humanos modernos Algunos rasgos, sobre todo del maxilar y los dientes, eran demasiado primitivos.
Las fotos revelaban que había más huesos por descubrir. Berger distinguió, por ejemplo, el contorno de un cráneo parcialmente enterrado. Parecía probable que los restos representaran gran parte de un esqueleto completo.
Cuando miré por el pozo hacia bajo, no me quedé muy tranquila. Fue como contemplar la boca de un tiburon. Habia dedos, lenguas y dientes de roca.
-Marina Elliott, antropologa
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