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el aspecto desinteresado, universal, objetivo del conocimiento;
existencia de lo que podría llamarse ‘los circuitos reservados
del saber’, aquellos que se forman en el interior de un aparato
de administración...”, entonces es posible (¿es posible?) decir
que el psicoanálisis nada tiene que ver con esto. La explicación
es aparentemente simple: el psicoanálisis habría producido una
revolución que subvierte la tradicional posición egológica y lo-
gocéntrica de la subjetividad... el psicoanálisis ha subvertido al
sujeto y a partir de esto ya nada puede ser igual.
Pero, ¿sería factible que la institución universitaria –haciendo
gala de lo de “Universitas” que su fundamento contiene–, pu-
diera “contener” también al psicoanálisis? ¿Sería posible que
en una institución así “funcionara” la enseñanza del psicoaná-
lisis? ¿Qué podría esto significar?, ¿que el psicoanálisis ha sido
domesticado o que la Universidad ha sido subvertida? Complica-
dos los dos caminos.
Deberemos afirmar sobre esto con Foucault: “es preciso no
hacerse ilusiones sobre la modernización de la enseñanza, so-
bre su apertura al mundo actual [...]. En el corazón del huma-
nismo está la teoría del sujeto (en el doble sentido del térmi-
no). Por esto el Occidente rechaza con tanto encarnizamiento
todo lo que puede hacer saltar este cerrojo. Y este cerrojo pue-
de ser atacado de dos maneras; ya sea por un ‘des-sometimien-
to’ de la voluntad de poder [...], ya sea por un trabajo de des-
trucción del sujeto como pseudo-soberano [...]”.
¿Incluir al subvertidor del sujeto en la institución humanística
por excelencia significa haber comenzado la tarea de “destruc-
ción” del sujeto como pseudo-soberano, o es más bien haber co-
menzado la tarea de destrucción de lo que de subversivo tiene el
psicoanálisis? ¿No es ese acaso el propósito de la Universidad?
Pero tengo dudas sobre si algo de todo esto es realmente per-
tinente. ¿Por qué? Porque no existe, al menos en Argentina, al
menos todavía, la carrera universitaria de psicoanálisis; enton-
ces, si alguna vez esto se plantea habrá llegado el momento de
preguntarse si es posible, o aconsejable, o permisible o iluso-
rio; mientras, el contexto es otro y eso precisa ser destacado.
Lo que existe es la carrera de Psicología. Elemental punto ol-
vidado a menudo. Es la Psicología en la Universidad, nos guste
o no, la que ha tendido –a veces– una mano al psicoanálisis y le
ha permitido ingresar en los círculos áulicos. ¿Se ha apropiado
de él? Quizás sea a la inversa, si tenemos en cuenta el uso y abu-
so que del psicoanálisis se hace en las cátedras “psicológicas”.
Llega uno a pensar ante este confuso panorama que ser psicó-
logo casi implicaría ser psicoanalista aunque el psicoanálisis se
encargue de aclarar que no ha menester ser psicólogo para ser
psicoanalista. Pero que la Psicología se ha merecido el relevan-
te papel y lugar entre las ciencias “humanas” (si es que después
de Barthes, Lacan o Foucault, para nombrar sólo algunos, que-
da algo que así pueda llamarse) que hoy ostenta, eso no dudo
que es indiscutible. Que sus aportes a la tan meneada interdis-
ciplinariedad fueron nodulares, tampoco creo que pueda discu-
tirse; que los psicoanalistas deben abandonar ese dejo peyora-
tivo con el que se refieren a ella es no sólo una urgencia, es vi-
tal para el propio progreso del psicoanálisis. Pero esto está hoy
muy enrevesado, el paradigma de las psicologías se inclina cada
vez más hacia lo conductual o cognitivista, y la enseñanza del
psicoanálisis decrece en forma alarmante en las universidades.
La Psicología tiene su lugar, indiscutible, prolífico, instituido;
el psicoanálisis aún pelea el suyo o, quizás, ni siquiera esté inte-
resado en esa batalla, o, y esto es lo que entiendo, deba perder
esa batalla, no acceder a “un lugar propio” en el contexto de un
saber “humano” que sus propios postulados ponen en cuestión.
Pero sería una soberbia que nada tiene que ver con la institu-
ción universitaria decir que poco tiene la Psicología para apor-
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tar al psicoanálisis o viceversa, y no ha sido, precisamente, la
soberbia la que ha permitido avanzar al saber pues bien decía
Freud en el “Breve Informe sobre el Psicoanálisis” de 1924: “hay
algo que no debe olvidarse: por sí solo el psicoanálisis no pue-
de brindar una imagen completa del mundo” y de eso se tra-
ta en la “Universitas”, de una imagen completa del mundo que
luego discutiremos, abandonaremos, enriqueceremos, destrui-
remos, pero es a partir de la cual construimos porque la Uni-
versidad no debe ser sacralizada, se puede –y debe– criticarla,
y es esta tarea crítica, tal vez, una de las tareas más urgentes;
como es urgente, también, entender de una vez y para siempre
que la verdadera crítica jamás ha significado el desprecio por
el saber o el conocimiento que no se comparte.
Adherimos a un pensamiento que entiende que el fin del sa-
ber de las ciencias “humanas” no debe ser constituir al hom-
bre sino disolverlo; es decir, hacer estallar la praxis totalizan-
te y recoger sus fragmentos a los que el esfuerzo recompondrá
conforme a otro plan; ¿es tarea del psicoanálisis presentar otro
plan? Creo que eso significaría presentar al psicoanálisis como
una nueva filosofía imbricada en una pelea por su lugar entre
las muchas que se han disputado y disputan la “interpretación”
del mundo; es otra su tarea.
Cada sociedad se ve a sí misma a través de sus instituciones,
sus creencias, sus normas; se identifica con ellas y disimula la
naturaleza profunda de sus operaciones, de sus categorías; hay
entonces una tarea de desciframiento a hacer, pero este des-
ciframiento que presenta el psicoanálisis es un conocimiento
que avanza en contra de otro conocimiento –con Barthes he-
mos aprendido que quizás lo propiamente científico resida en
destruir la ciencia precedente, pero ello implica, ante nada, re-
conocerla y conocerla como tal– aunque hay quienes han en-
tendido esto en el sentido no de un saber de desplazamiento –
en el sentido freudiano del término– sino en el de una batalla
con la/las psicología/a o la/s psiquiatría/s olvidando que hoy
la ciencia es plural, que no existe una ciencia sino ciencias y
que las fronteras entre ellas son difíciles de mantener y todo li-
derazgo, en ese sentido, es precario.
Así, el estudiante de Psicología no podrá acceder “cabalmen-
te” al psicoanálisis –en el sentido de la práctica y aplicación;
ya Lacan ha dicho que la enseñanza del psicoanálisis no puede
trasmitirse de un sujeto al otro sino por las vías de una trans-
ferencia de trabajo– pero accederá a “algo” del psicoanálisis y
no a la menos importante de sus aportaciones: la cuestión del
“sujeto” del inconsciente, ese sujeto dividido contra sí mismo.
Y entonces ¿qué psicoanálisis recorrerá?
En este debate apelaría al Leibniz del Philosophische
Schringten: “El género humano, considerado en relación con
las ciencias que sirven a nuestra felicidad, me parece semejan-
te a un rebaño de gente que marcha en confusión por las tinie-
blas, sin tener ni un jefe ni orden ni palabra ni otro signo con
que regular la marcha y reconocerse. En lugar de caminar de
la mano para guiarnos y asegurar nuestros pasos, corremos a
lo loco y a través, chocando unos con otros, lejos de ayudar-
nos y sostenernos [...] Vemos que lo que más podría ayudar-
nos sería aunar nuestros trabajos, compartirlos con ventajas y
regularlos con orden; pero, por el momento, apenas se llega a
lo difícil y que nadie ha esbozado aún, y todos corren en masa
a lo que otros ya han hecho, o se copian e incluso se combaten
eternamente [...]”.
Se trata, pues, de no correr a lo loco ni de combatirse eter-
namente aunque no parecen estos los tiempos para serenarse,
justamente tiempos en los que todo tambalea y en los que cabe
nuevamente recurrir a la frase con la que Freud concluye “El
Malestar de la Cultura”: “¿quién puede prever el desenlace?”