Página 18 de 102
Y la prueba de que los votantes están a favor de sus palabras, lo demuestran las
últimas encuestas que sitúan a Trump en el favor de los sufragantes por encima de todos los
demás precandidatos republicanos. Es decir, el mensaje del pueblo estadounidense es claro:
apoyan al multimillonario en este tema de los inmigrantes, demostrando que es un clamor
callado en contra de los latinoamericanos que han llegado y siguen llegando por miles a los
Estados Unidos. Y no podemos negar que el grosor del ciudadano de este país es noble de
corazón, pues ha visto, a través de los años, a los inmigrantes con ojos de agradecimiento
por su trabajo progresista y porque, esencialmente, son seres humanos que han necesitado
viajar lejos de sus patrias para rehacer su vidas en América del Norte; pero los anfitriones
ya se hartaron, se “les ha tomado el codo más allá de la mano solidaria que les han
tendido.” Pero no lo dicen abiertamente y Trump se ha convertido en la voz sincera,
descarnada y cruda de esos sentimientos que los latinos aludidos han tildado de
“xenofóbicas.”
En estos momentos cruciales de la vida de los Estados Unidos, cuando hace falta
que se produzca un cambio urgentísimo en la Casa Blanca, que se vaya Obama
definitivamente, que se marche para donde él quiera, pero que se marche, la llegada de
Donald Trump supondría un duro golpe para los hispanos inmigrados e inmigrantes. Él ya
lo ha enunciado directa y claramente. Ha repudiado al gobierno blandengue de Obama, le
ha dicho que ha gastado trillones de dólares en la guerra en Irak y ha dilapidado las vidas de
miles de soldados estadounidenses a cambio de la derrota que ha sufrido el Pentágono ante
los salvajes yihadistas. Esas palabras diáfanas y directas les encantan a los norteamericanos,
quienes, si las elecciones fueran mañana en el seno del Partido Republicano, Trump sería el
aplastante e incuestionable ganador. Una pesadilla que los hispanos no quisieran que
suceda en el futuro próximo.
Sin lugar a dudas se trata de un hombre diferente, aunque no se le quiera ver así. Un
individuo que ha apostado por la política con prepotencia, vigor, valentía y franqueza, algo
de lo que carecen la mayoría de los políticos tradicionales. Le está dando “color”, matices
distintos a la política interna de los Estados Unidos y se vislumbra como un individuo que
superaría a la “mano de hierro” de Ronald Reagan, un ex presidente fuertemente criticado
por los sectores radicales de hispanos y por el insulso Partido Demócrata. Y semejante a
Reagan, Donald Trump ha esbozado una campaña electoral en la que se subraya que se
debe rescatar el honor, la dignidad y la fuerza de los Estados Unidos, perdidas desde que
Obama ganó sus dos elecciones. Esas partes argumentales de su discurso les encantan
todavía más a los votantes. Según hemos visto a lo largo de este artículo, Trump no está
solo en su posición anti-inmigrante; es la misma de la mayoría de los líderes europeos,
quienes sienten esa desazón pero no la exteriorizan, quizás por temor a los grupos
antirracistas y reaccionarios que hay en el Viejo Continente. Es la mima postura del ex
presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, en el momento cuando persiguió a los gitanos, una
actitud que los franceses apoyaron en su mayoría calladamente y que no lo dijeron con
sinceridad.
Nunca me cansaré de afirmarlo: estamos en medio de una época en la que la
inmigración marca la pauta de los acontecimientos y se está produciendo alrededor de toda
la Tierra y el sentir de Donald Trump es el mismo de millones de personas, quienes ven en
los inmigrantes un serio peligro a sus culturas e idiosincrasia.