perfilando su personalidad psicológica, asumiendo los complejos y
desvirtuando los defectos. Es posible en este momento de dilucidación,
entrever la debilidad del sujeto psicológico, y por ende, remontar la memoria en
secuencias anamnésicas que permitirán redescubrir el rasgo volitivo,
absolutamente diferenciado de todo ámbito psicológico. Es un momento volitivo
de REASIGNACIÓN DE VALORES. En otras palabras, es mejor jugarse por el
rasgo espiritual trascendente, que por un mero personaje dramático.
Como el colectivo social sostiene el personaje dramático asignándole un rol en
la vida, el individuo en proceso de individuación, comenzara a afirmar su
individualidad en desmedro del sujeto colectivo. Esta fase de desestructuración
es absolutamente necesaria, y aunque dolorosa, permite extrapolar las
verdaderas importancias de las urgencias vanas.
Recordemos lo que decíamos al principio del capítulo segundo del libro: “EL
HOMBRE OCCIDENTAL HA SIDO AMPUTADO DE SU VECTOR DE
BÚSQUEDA EXISTENCIAL TRASCENDENTE POR UNA INVERSIÓN DE
BÚSQUEDA CULTURAL INMANENTE.” Significa que un proceso de
individuación se afirma en la búsqueda interior, REORIENTANDO el vector de
búsqueda y la puesta de sentido que estaba dirigida hacia el colectivo social y
sus valores culturales, entes, estructuras y superestructuras, a los VALORES
CARDINALES reencontrados en el mundo subjetivo interno, al margen de toda
entidad desplazada en el tiempo trascendente o tiempo del sujeto colectivo;
Afirmemos entonces que el proceso de individuación faculta a su gestor de un
TIEMPO PROPIO O INMANENCIA. Solo en ese contexto axiológico de valor
cardinal individual, el sujeto puede notar la diferenciación esencial entre lo
álmico y el rasgo espiritual. Establezcamos entonces que lo álmico es
gregario, es decir, el alma, es grupal. En metafísica este tipo de entidad se
llama egregore, y su “rostro”, siempre colectivo, es sobrenatural,
omnisciente, omnipotente, omnipresente, razón por la cual las sociedades
han llamado a este sujeto multifacético, “Dios”; Claro que esta es una
concepción ético psicológica de Dios, y por lo tanto, no trascendente.
Esta in-versión, poner sentido únicamente a los valores de un colectivo social y
cultural, produce la completa RE-VERSIÓN, o perdida del centro metafísico
individuado. Por ello, dejar de poner sentido al mundo con una clara
diferenciación de lo álmico y lo espiritual, reorientándolo hacia el Yo, significa
asumir la individuación, el estado ORIGINAL. Un sujeto así, capaz de
sobreponerse a la esfera afectiva, tiene mayor posibilidad de sustraerse al
magnetismo del sujeto colectivo y sus arquetipos estructurantes.
El derrotero que sigue el sujeto colectivo (egregore), su necesidad creciente de
energía, absorbe a los sujetos individuales, a fin de capitalizar su SENTIDO,
que se manifiesta como SUFRIMIENTO. Por eso la cultura, el sujeto colectivo,
pregona el “SACRIFICIO POR AMOR, EN BENEFICIO DEL SUJETO
COLECTIVO. Vistas así las cosas, al individuo solo le quedaría elegir entre
adecuarse a las necesidades del sujeto colectivo, o tratar de lograr la
individuación para liberarse del proceso que significa poner sentido al mundo.
El dilema aparentemente sencillo, sugiere la inexistencia del “libre albedrío”. El
sujeto colectivo, ese monstruo metafísico de miles de millones de rostros
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