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Imperio Romano - La guerra de las Galias

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En el año 52 a. C., el jefe averno Vercingetórix se rebeló uniendo a todos los pueblos galos bajo su mando, a excepción de los heduos, a quienes su magistrado Divicíaco los mantenía aliados a Roma. Vercingetórix y sus galos decidieron no hacer enfrentamientos directos, sino utilizar la táctica de tierra quemada. César, que se encontraba en la Cisalpina, al enterarse cruzó los Alpes, para encontrarse con que Vercingetórix invadía la Galia Trasalpina, mientras que los habitantes romanos de la Galia sometida por César eran asesinados. César marchó con dos legiones a Narbona, capital de la Trasalpina, y envió al legado Tito Labieno al norte para someter a los rebeldes de la región. Los que iban a invadir la Trasalpina, comandados por Lucrecio, al ver que César los enfrentaría, retrocedieron en busca de Vercingetórix. César aprovechó esto tomando las ciudades de las tribus rebeldes del sur de Galia, principalmente las de los carnutes y alobogres. Entonces, Vercingetórix decidió quemar todas las ciudades galas que sean difíciles de defender para privar de suministros a César. El jefe galo ordenó a la tribu de los biturigues que abandonaran y quemaran su capital, Avárico. Sin embargo, estos confiaban en sus murallas y se negaron. Ante esto, Vercingetórix acampó fuera de la población, pero no pudo impedir el sitio de los romanos. Los romanos construyeron murallas a lo largo de su campamento, mientras que los biturigues alzaban sus murallas a medida de que las torres de asedio romanas eran construidas. Un día lluvioso, cuándo los biturigues menos se lo esperaban, César atacó la ciudad, tomándola tras unas horas de combate. Este triunfo, le permitió recoger todas las provisiones que necesitaba.

Vercingétorix entregando sus armas ante César