“El miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro.”
Woody Allen
El miedo es una característica inherente en el ser humano. Sin importar los factores culturales y temporales, que aunque varían de acuerdo a la época y al espacio, la humanidad siempre tendrá miedos. Algunos, como las fobias, son más personales. Aracnofobia, sociofobia, aerofobia, agorafobia, claustrofobia, etc. Son palabras que forman parte de nuestro acervo lingüístico, y además son cada vez más comunes.
Existe otro tipo de miedo, uno social, uno colectivo y cultural. Este es el miedo a lo desconocido, el miedo a las creaciones de nuestra propia imaginación. Es así como nacen los monstruos, en la imaginación colectiva, tratando de explicar los fenómenos naturales, de poner fin a la angustia que causa la ignorancia, buscando redimir los más íntimos y animales instintos del humano, personificándolos como criaturas rebosantes de estas características que las volvían temibles.
Resultaría incongruente un análisis antropológico de determinada sociedad si no se toman en cuenta sus temores y sin duda afirmo que la humanidad siempre los ha sentido. En el imaginario de la edad media existe un bestiario bastante amplio, enriquecido por mitos heredados de culturas precedentes, especialmente de la Biblia y la mitología grecorromana, destacando a algunos personajes de este catálogo tan extenso, como los cíclopes, los gigantes, enanos, seres de dos cabezas, mandrágoras, centauros, sirenas, dragones etc. Todos ellos dotados de características humanas que, de alguna forma nos hacen sentir aún más miedo. Sin embargo, existen algunas excepciones a la regla que en la actualidad es casi totalitaria de que los monstruos causan miedo; como el unicornio, símbolo de fertilidad, pureza, virtud y fortaleza mental.
Estos seres eran del conocimiento popular, se distribuían por sí mismos y por sus cualidades tan particulares, tan aparentemente etéreas y de igual forma demasiado humanas.
La monstruosidad en la edad media
Gárgolas de la catedral de Amiens, Francia.
Por Juan Carlos Hernández García