tú en el mundo. Cuando mis ojos vean, si ven, no habrá para ellos otra hermosura más que la
tuya celestial; todo lo demás será sombras y cosas lejanas que no fijarán mi atención. ¿Cómo
es el semblante humano, Dios mío? ¿De qué modo se retrata el alma en las caras? Si la luz no
sirve para enseñarnos lo real de nuestro pensamiento, ¿para qué sirve? Lo que es y lo que se
siente, ¿no son una misma cosa? La forma y la idea ¿no son como el calor y el fuego? ¿Pueden
separarse? ¿Puedes dejar tú de ser para mí el más hermoso, el más amado de todos los seres
de la tierra cuando yo me haga dueño de los inmensos dominios de la forma?
Florentina volvió. Hablaron algo más; pero después de lo que hemos escrito, nada de cuanto
dijeron es digno de ser transmitido al lector.
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