percibe claridad alguna. Esto me ha hecho cavilar... Verdad es que las capas corticales están
muy opacas... los obstáculos que halla la luz son muy fuertes... Allá veremos, D. Francisco.
¿Tiene usted valor?
-¿Valor? ¡Que si tengo valor! -exclamó don Francisco con cierto énfasis.
-Se necesita mucho valor para afrontar el caso siguiente...
-¿Cuál?
-Que su hijo de usted sufra una operación dolorosa, y después se quede tan ciego como
antes... Yo dije a usted: «La imposibilidad no está demostrada, ¿hago la operación?»
-Y yo respondí, y ahora respondo: «Hágase la operación, y cúmplase la voluntad de Dios.
Adelante.»
-¡Adelante! Ha pronunciado usted mi palabra.
Levantose D. Francisco y estrechó entre sus dos manos la de Teodoro, tan parecida a la zarpa
de un león.
-En este clima la operación puede hacerse en los primeros días de Octubre -dijo Golfín-.
Mañana fijaremos el tratamiento a que debe sujetarse el paciente... Y nos vamos, que se
siente fresco en estas alturas.
Penáguilas ofreció a sus amigos casa y cena, mas no quisieron estos aceptar. Salieron todos,
juntamente con la Nela, a quien Teodoro quiso llevar consigo, y también salió D. Francisco para
hacerles compañía hasta el establecimiento.
Convidados del silencio y belleza de la noche, fueron departiendo sobre cosas agradables; unas
relativas al rendimiento de las minas, otras a las cosechas del país. Cuando los Golfines
entraron en su casa, volviose a la suya don Francisco solo y triste, andando despacio y con la
vista fija en el suelo. Pensaba en los terribles días de ansiedad y de esperanza, de sobresalto y
dudas que iban a venir. Por el camino encontró a Choto y ambos subieron lentamente la
escalera de palo. La luna alumbraba bastante, y la sombra del patriarca subía delante de él
quebrándose en los peldaños y haciendo como unos dobleces que saltaban de escalón en
escalón. El perro iba a su lado. No teniendo D. Francisco otro ser a quien fiar los pensamientos
que abrumaban su cerebro, dijo así:
-Choto, ¿qué sucederá?
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