Al día siguiente, Pablo y su guía salieron de la casa a la misma hora del anterior; mas como
estaba encapotado el cielo y soplaba un airecillo molesto que amenazaba convertirse en
vendaval, decidieron que su paseo no fuera largo. Atravesando el prado comunal de
Aldeacorba, siguieron el gran talud de las minas por Poniente con intención de bajar a las
excavaciones.
-Nela, tengo que hablarte de una cosa que te hará saltar de alegría -dijo el ciego, cuando
estuvieron lejos de la casa-. ¡Nela, yo siento en mi corazón un alborozo!... Me parece que el
Universo, las ciencias todas, la historia, la filosofía, la Naturaleza, todo eso que he aprendido,
se me ha metido dentro y se está paseando por mí... es como una procesión. Ya viste aquellos
caballeros que me esperaban ayer...
-D. Carlos y su hermano, el que encontramos anoche.
-El cual es un famoso sabio, que ha corrido por toda la América, haciendo maravillosas curas...
Ha venido a visitar a su hermano... Como D. Carlos es tan buen amigo de mi padre, le ha
rogado que me examine... ¡Qué cariñoso y qué bueno es! Primero estuvo hablando conmigo;
preguntome varias cosas y me contó otras muy chuscas y divertidas. Después díjome que me
estuviese quieto: sentí sus dedos en mis párpados... Al cabo de un gran rato dijo unas palabras
que no entendí: eran palabras de medicina. Mi padre no me ha leído nunca nada de Medicina.
Acercáronme después a una ventana. Mientras me observaba con no sé qué instrumento,
¡había en la sala un silencio!... El doctor dijo después a mi padre: «Lo intentaremos». Decían
otras cosas en voz muy baja para que no pudiera yo entenderlas, y creo que también hablaban
por señas. Cuando se retiraron mi padre me dijo: «Hijo de mi alma, no puedo ocultarte la
alegría que hay dentro de mí. Ese hombre, ese ángel de Dios, me ha dado esperanza, muy poca
esperanza; pero la esperanza parece que se agarra más, cuando más chica es. Quiero echarla
de mí diciéndome que es imposible, no, no, casi imposible, y ella... pegada como una lapa...»
Así me habló mi padre. Por su voz conocí que lloraba... ¿Qué haces, Nela, estás bailando?
-No, estoy aquí a tu lado.
-Como otras veces te pones a bailar desde que te digo una cosa alegre... ¿Pero hacia dónde
vamos hoy?
-El día está feo. Vámonos hacia la Trascava, que es sitio abrigado, y después bajaremos al
Barco y a la Terrible.
-Bien, como tú quieras... ¡Ay! Nela, compañera mía, si fuese verdad, si Dios quisiera tener
piedad de mí y me concediera el placer de verte... Aunque sólo durara un día mi vista, aunque
volviera a cegar al siguiente, ¡cuánto se lo agradecería!
La Nela no decía nada. Después de mostrar exaltada alegría, meditaba con los ojos fijos en el
suelo.
-Se ven en el mundo cosas muy extrañas -añadió Pablo- y la misericordia de Dios tiene así...
ciertos exabruptos, lo mismo que su cólera. Vienen de improviso, después de largos tormentos
y castigos, lo mismo que aparece la ira después de felicidades que parecían seguras y eternas,
¿no te parece?
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