Marianela 1500000 | Page 43

busto, y lo halló deplorablemente desairado. Las flores que tenía en la cabeza se cayeron al agua, haciendo temblar la superficie, y con la superficie, la imagen. La hija de la Canela sintió como si arrancaran su corazón de raíz, y cayó hacia atrás murmurando: -¡Madre de Dios!, ¡qué feísima soy! -¿Qué dices, Nela? Me parece que he oído tu voz. -No decía nada, niño mío... Estaba pensando... sí, pensaba que ya es hora de volver a tu casa. Pronto será hora de comer. -Sí, vamos, comerás conmigo, y esta tarde saldremos otra vez. Dame la mano, no quiero que te separes de mí. Cuando llegaron a la casa, D. Francisco Penáguilas estaba en el patio, acompañado de dos caballeros. Marianela reconoció al ingeniero de las minas y al individuo que se había extraviado en la Terrible la noche anterior. -Aquí están -dijo- el señor ingeniero y su hermano, el caballero de anoche. Miraban los tres hombres con visible interés al ciego que se acercaba. -Hace rato que te estamos esperando, hijo mío -dijo el padre tomando a su hijo de la mano y presentándole al doctor. -Entremos -dijo el ingeniero. -¡Benditos sean los hombres sabios y caritativos! -exclamó el padre, mirando a Teodoro-. Pasen ustedes, señores. Que sea bendito el instante en que ustedes entran en mi casa. -Veamos este caso -murmuró Golfín. Cuando Pablo y los dos hermanos entraron, D. Francisco se volvió hacia Mariquilla, que se había quedado en medio del patio inmóvil y asombrada, y le dijo con bondad: -Mira, Nela, más vale que te vayas. Mi hijo no puede salir esta tarde. Y luego, como viese que no se marchaba, añadió: -Puedes pasar a la cocina. Dorotea te dará alguna chuchería. 43