-¡Ay, divina Madre de Dios! -exclamó la Nela, echándose atrás las guedejas que le caían sobre
la frente-. A mí, que tengo ojos, me parece lo mismo.
-Voy a pedirle a mi padre que te deje vivir en mi casa, para que no te separes de mí.
-Bien, bien -dijo María batiendo palmas otra vez.
Y diciéndolo, se adelantó saltando algunos pasos y recogiendo con extrema gracia sus faldas,
empezó a bailar.
-¿Qué haces, Nela?
-¡Ah!, niño mío, estoy bailando. Mi contento es tan grande, que me han entrado ganas de
bailar.
Pero fue preciso saltar una pequeña cerca, y la Nela ofreció su mano al ciego.
Después de pasar aquel obstáculo, siguieron por una calleja tapizada en sus dos rústicas
paredes de lozanas hiedras y espinos. La Nela apartaba las ramas para que no picaran el rostro
de su amigo, y al fin, después de bajar gran trecho, subieron una cuesta por entre frondosos
castaños y nogales. Al llegar arriba, Pablo dijo a su compañera:
-Si no te parece mal, sentémonos aquí. Siento pasos de gente.
-Son los aldeanos que vuelven del mercado de Homedes. Hoy es miércoles. El camino real está
delante de nosotros. Sentémonos aquí antes de entrar en el camino real.
-Es lo mejor que podemos hacer. Choto, ven aquí.
Los tres se sentaron.
-Si está esto lleno de flores... -dijo la Nela-. ¡Madre!, ¡qué guapas!
-Cógeme un ramo. Aunque no las veo, me gusta tenerlas en mi mano. Se me figura que las
oigo.
-Eso sí que es gracioso.
-Paréceme que teniéndolas en mi mano me dan a entender... no puedo decirte cómo... que
son bonitas. Dentro de mí hay una cosa, no puedo decirte qué, una cosa que responde a ellas.
¡Ay! Nela, se me figura que por dentro yo veo algo.
-¡Oh!, sí, lo entiendo... como que todo los tenemos dentro. El sol, las yerbas, la luna y el cielo
grande y azul, lleno siempre de estrellas; todo, todo lo tenemos dentro; quiero decir que
además de las cosas divinas que hay fuera, nosotros llevamos otras dentro. Y nada más... Aquí
tienes una flor, otra, otra, seis: todas son distintas. ¿A que no sabes tú lo que son las flores?
-Pues las flores -dijo el ciego, algo confuso, acercándolas a su rostro- son... unas como
sonrisillas que echa la tierra... La verdad, no sé mucho del reino vegetal.
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