Marianela 1500000 | Page 34

-Pues yo digo que iremos a donde tú quieras -observó el ciego-. Me gusta obedecerte. Si te parece bien, iremos al bosque que está más allá de Saldeoro. Esto, si te parece bien. -Bueno, bueno, iremos al bosque -exclamó la Nela, batiendo palmas-. Pero como no hay prisa, nos sentaremos cuando estemos cansados. -Y que no es poco agradable aquel sitio donde está la fuente ¿sabes, Nela?, y donde hay unos troncos muy grandes, que parecen puestos allí para que nos sentemos nosotros, y donde se oyen cantar tantos, tantísimos pájaros, que es aquello la gloria. -Pasaremos por donde está el molino de quien tú dices que habla, mascullando las palabras como un borracho. ¡Ay, qué hermoso día y qué contenta estoy! -¿Brilla mucho el sol, Nela? Aunque me digas que sí, no lo entenderé, porque no sé lo que es brillar. -Brilla mucho, sí, señorito mío. Y a ti ¿qué te importa eso? El sol es muy feo. No se le puede mirar a la cara. -¿Por qué? -Por que duele. -¿Qué duele? -La vista. ¿Qué sientes tú cuando estás alegre? -¿Cuándo estoy libre, contigo, solos los dos en el campo? -Sí. -Pues siento que me nace dentro del pecho una frescura, una suavidad dulce... -¡Ahí te quiero ver! ¡Madre de Dios! Pues ya sabes cómo brilla el sol. -Con frescura. -No, tonto. -¿Pues con qué? -Con eso. -Con eso; ¿y qué es eso? -Eso -afirmó nuevamente la Nela, con acento de la más firme convicción. -Ya veo que esas cosas no se pueden explicar. Antes me formaba yo idea del día y de la noche. ¿Cómo? Verás: era de día, cuando hablaba la gente; era de noche, cuando la gente callaba y cantaban los gallos. Ahora no hago las mismas comparaciones. Es de día, cuando estamos juntos tú y yo; es de noche, cuando nos separamos. 34