-No, despierto estoy. Nela, pareces una almeja. ¿Qué quieres?
-Toma, toma esta peseta que me dio esta noche un caballero, hermano de D. Carlos... ¿Cuánto
has juntado ya?... Este sí que es regalo. Nunca te había dado más que cuartos.
-Dame acá; muchas gracias Nela -dijo el muchacho incorporándose para tomar la moneda-.
Cuarto a cuarto, ya me has dado al pie de treinta y dos reales... Aquí lo tengo en el seno, muy
bien guardadito en el saco que me diste. ¡Eres una real moza!
-Yo no quiero para nada el dinero. Guárdalo bien, porque si la Señana te lo descubre, creerá
que es para vicios y te pegará con el palo grande.
-No, no es para vicios, no es para vicios -dijo el chico con energía, oprimiéndose el seno con
una mano, mientras sostenía su cabeza en la otra- es para hacerme hombre de provecho, Nela,
para hacerme hombre de pesquis, como muchos que conozco. El domingo, si me dejan ir a
Villamojada, he de comprar una cartilla para aprender a leer, ya que aquí no quieren
enseñarme. ¡Córcholis! Aprenderé solo. ¡Ay!, Nela, dicen que D. Carlos era hijo de uno que
barría las calles en Madrid. Él solo, solito él, con la ayuda de Dios, aprendió todo lo que sabe.
-Puede que pienses tú hacer lo mismo, bobo.
-¡Córcholis! Puesto que mis padres no quieren sacarme de estas condenadas minas, yo me
buscaré otro camino; sí, ya verás quién es Celipín. Yo no sirvo para esto, Nela. Deja tú que
tenga reunida una buena cantidad, y verás, verás, cómo me planto en la villa y allí o tomo el
tren para irme a Madrid, o un vapor que me lleve a las islas de allá lejos, o me meto a servir
con tal que me dejen estudiar.
-¡Madre de Dios divino! ¡Qué calladas tenías esas picardías! -dijo la Nela abriendo más las
conchas de su estuche y echando fuera toda la cabeza.
-¿Pero tú me tienes por bobo?... ¡Ay! Nelilla, estoy rabiando. Yo no puedo vivir así, yo me
muero en las minas. ¡Córcholis! Paso las noches llorando, y me muerdo las manos, y... no te
asustes, Nela, ni me creas malo por lo que voy a decirte: a ti sola te lo digo.
-¿Qué?
-Que no quiero a mi madre ni a mi padre como los debiera querer.
-Ea, pues si haces eso, no te vuelvo a dar un real. Celipín, por amor de Dios, piensa bien lo que
dices.
-No lo puedo remediar. Ya ves cómo nos tienen aquí. ¡Córcholis! No somos gente, sino
animales. A veces se me pone en la cabeza que somos menos que las mulas, y yo me pregunto
si me diferencio en algo de un borrico... Coger una cesta llena de mineral y echarla en un
vagón; empujar el vagón hasta los hornos; revolver con un palo el mineral que se está lavando.
¡Ay!... (al decir esto los sollozos cortaban la voz del infeliz muchacho). ¡Cór... córcholis!, el que
pase muchos años en este trabajo, al fin se ha de volver malo, y sus sesos serán de calamina...
No, Celipín no sirve para esto... Les digo a mis padres que me saquen de aquí y me pongan a
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