Aquella noche sintió Pablo a deshora ruido de voces en la casa. Creyó oír la voz de Teodoro
Golfín, la de Florentina y la de su padre. Después se durmió tranquilamente, siguiendo durante
su sueño atormentado por las imágenes de todo lo que había visto y por los fantasmas de lo
que él mismo se imaginaba. Su sueño, que principió dulce y tranquilo, fue después agitado y
angustioso, porque en el profundo seno de su alma, como en una caverna recién iluminada,
luchaban las hermosuras y fealdades del mundo plástico, despertando pasiones, enterrando
recuerdos y trastornando su alma toda. Al día siguiente, según promesa de Golfín, le
permitirían levantarse y andar por la casa.
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