-Pero como ya no te las ha de decir ¿atentas a tu vida? Dime, tonta, arrojándote a ese agujero
¿qué bien pensabas tú alcanzar?, ¿pensabas estar mejor?
-Sí, señor.
-¿Cómo?
-No sintiendo nada de lo que ahora siento, sino otras cosas mejores, y juntándome con mi
madre.
-Veo que eres más tonta que hecha de encargo -dijo Golfín riendo-. Ahora vas a ser franca
conmigo. ¿Tú me quieres mal?
-No, señor, yo no quiero mal a nadie, y menos a usted que ha sido tan bueno conmigo y que ha
dado la vista a mi amo.
-Bien: pero eso no basta: yo no sólo deseo que me quieras bien, sino que tengas confianza en
mí, y me confíes tus cosillas. A ti te pasan cosillas muy curiosas, picarona, y todas me las vas a
decir, todas. Verás como no te pesa; verás como soy un buen confesor.
La Nela sonrió con tristeza. Después bajó la cabeza, y doblándose sus piernas, cayó de rodillas.
-No, tonta, así estás mal. Siéntate junto a mí; ven acá -dijo Golfín cariñosamente sentándola a
su lado-. Se me figura que estabas rabiando por encontrar una persona a quien poder decirle
tus secretos. ¿No es verdad? ¡Y no hallabas ninguna! Efectivamente estás demasiado sola en el
mundo... Vamos a ver, Nela, dime ante todo, ¿por qué... pon mucha atención... por qué se te
puso en la cabeza quitarte la vida?
La Nela no contestó nada.
-Yo te conocí gozosa y al parecer satisfecha de la vida, hace algunos días. ¿Por qué de la noche
a la mañana te has vuelto loca?...
-Quería ir con mi madre -repuso la Nela, después de vacilar un instante-. No quería vivir más.
Yo no sirvo para nada. ¿De qué sirvo yo? ¿No vale más que me muera? Si Dios no quiere que
me muera, me moriré yo misma por mi misma voluntad.
-Esa idea de que no sirves para nada es causa de grandes desgracias para ti, ¡infeliz criatura!
¡Maldito sea el que te la inculcó o los que te la inculcaron, porque son muchos!... Todos son
igualmente responsables del abandono, de la soledad y de la ignorancia en que has vivido.
¡Que no sirves para nada! ¡Sabe Dios lo que hubieras sido tú en otras manos! Eres una
personilla delicada, muy delicada, quizás de inmenso valor; pero ¡qué demonio!, pon un arpa
en manos toscas... ¿qué harán?, romperla... Porque tu constitución débil no te permita romper
piedra y arrastrar tierra como esas bestias en forma humana que se llaman Mariuca y Pepina,
¿se ha de afirmar que no sirves para nada? ¿Acaso hemos nacido para trabajar como los
animales?... ¿No tendrás tú inteligencia, no tendrás tú sensibilidad, no tendrás mil dotes
preciosas que nadie ha sabido cultivar? No: tú sirves para algo, aún podrás servir para mucho si
encuentras una mano hábil que te sepa manejar.
106