Maravilloso desastre Maravilloso Desastre | Página 6

Capítulo 1 Bandera roja Todo en la sala proclamaba a gritos que yo no pintaba nada ahí. Las esca- leras se caían a pedazos; los ruidosos asistentes estaban muy juntos, codo con codo, en un ambiente que era una mezcla de sudor, sangre y moho. Sus voces se confundían mientras gritaban números y nombres una y otra vez, y movían los brazos en el aire, intercambiando dinero y gestos para comunicarse en medio del estruendo. Me abrí paso entre la multitud, siguiendo de cerca a mi mejor amiga. –¡Guarda el dinero en la cartera, Abby! –Me dijo America. Su radiante sonrisa relucía en la tenue luz. –¡Quedate cerca! ¡Esto se pondrá peor cuando empiece todo!–Gritó Shepley a través del ruido. America le agarró la mano y luego la mia mientras Shepley nos guia- ba entre ese mar de gente. El repentino balido de un megáfono corto el aire cargado de humo. El ruido me sobre salto y me hizo dar un respingo, buscar de donde procedía ese toque había un hombre sentado en una silla de madera, con un fajo de dinero en una mano y el magáfono en la otra. Se llevo el plastico a los labios. –¡Bienvenidos al baño de sangre! Amigos mios, si andabais buscando un curso basico de economia..., ¡Os habeis equivocado de sitio! pero, si buscabais el circulo, ¡Estais en la meca! Me llamo Adam. Yo pongo las reglas y yo doy el alto. Las apuestas se acaban cuando los rivales saltan al ruedo. Nada de tocar a los luchadores, nada de ayudas, no vale cambiar de apuestas, ni invadir el ring. Si la cagais y no seguis las reglas, ¡Os vais derechitos a la puta calle sin dinero! ¡Eso también va por vosotras joven- citas! Así que, chicos, ¡No useis a vuestras zorritas para hacer trampas! Shepley sacudio la cabeza. –¡Por dios Adam!– gritó en medio del estruendo el maestro de cere- monias, en claro desacuerdo por las palabras que había utilizado aquel.