rio de mi expresión. Entonces, hablé sin pensar–. Yo que temía que se
estuvieran riendo de que te vieran con alguien vestido así…, y resulta
que piensan que me voy a acostar contigo –farfullé.
–¿Por qué no iban a tener que verme contigo?
–¿De qué estabamos hablando? –pregunté, intentando ocultar el calor
que sentía en las mejillas.
–De ti. ¿En qué te vas a especializar? –preguntó él.
–Oh, eh…, por ahora estoy con las asignaturas comunes. Todavía no
me he decidido, pero me inclino hacia la Contabilidad.
–Pero no eres de aquí.
–No, soy de Wichita. Igual que America.
–¿Y cómo acabasté aquí si vivias en Kansas?
Tiré de la punta de la etiqueta de mi botella de la cerveza.
–Simplemente tuvimos que escaparnos.
–¿De qué?
–De mis padres.
–Ah. ¿Y America? ¿También tiene problemas con sus padres?
–No, Mark y Pam son geniales. Prácticamente me criaron. En cierto
modo, me siguió; no quería que viniera aquí sola.
Travis asintió.
–Bueno, ¿y por qué Eastern?
–¿A qué viene este tercer grado? –dije.
Las preguntas estaban pasando de lo trivial a lo personal y empezaba
a sentirme incómoda.
Varias sillas se entrechocaron cuando el equipo de fútbol dejó sus
asientos. Soltaron un último chiste antes de empezar a caminar hacia la
puerta. Cuando Travis se levantó, rápidamente apretaron el paso. Los que
estaban al final del grupo empujaron a los de delante para escapar antes
de lo que Travis cruzara el local. Volvió a sentarse, obligándose a dejar
de lado la frustración y el enfado.
Levanté una ceja.
–Ibas a decirme por qué elejiste Eastern –me apremió.
–Es difícil de explicar –respondí, encogiéndome de hombros–.
Supongo que me pareció una buena opción.
Sonrió al abrir el menú.
–Sé a qué te refieres.